La matanza producida en Islamabad el 10 de julio es otro episodio del drama que vive Pakistán. Un Estado debilitado por la crisis interna y el colapso económico lucha una batalla feroz e inútil contra su propio monstruo de Frankenstein: el fundamentalismo islámico. Los mulás, una fuerza también debilitada, intentan desviar la atención de las masas de sus miserias, penas y sufrimientos hacia el callejón sin salida del fanatismo religioso.
La profundización de la crisis interna del Estado pakistaní salió a las calles cuando los abogados se enfrentaron al dictador militar por la destitución del Jefe del Tribunal Supremo. Mientras los pilares del Estado se enfrentan entre sí, los clérigos en la Lal Masjid (la Mezquita Roja) de Islamabad desafían al régimen, es una prueba de que no están dispuestos a perder sus privilegios y prestigio tan fácilmente, y que lucharán para recuperar su autoridad perdida.
Operación de silencio
El enfrentamiento comenzó en enero de este año cuando la Autoridad de Desarrollo de la Capital comenzó a demoler las mezquitas y las madrasas (escuelas islámicas) construidas ilegalmente en suelo público. En 2006, sólo en Islamabad se construyeron 60 madrasas. Este crecimiento vertiginoso de las instituciones religiosas alarmó al gobierno que ahora es un aliado clave del imperialismo norteamericano en su "guerra contra el terrorismo". El mismo Estado y ejército pakistaníes que antes fue aliado principal de EEUU y sus títeres talibanes en la yihad contra el ejército soviético en Afganistán.
Cuando las autoridades comenzaron a demoler mezquitas, los clérigos se resistieron por todo el país y utilizaron el fervor religioso para desafiar el mandato judicial del Estado. La Lal Masjid, construida en la época del general Ayub (1958-1968), inició una campaña contra estas demoliciones y las estudiantes de la colindante Jamia Hafsa salieron con burcas y palos, y secuestraron a niños de una biblioteca cercana.
Todo esto ocurrió sólo a unos pocos minutos a pie de la residencia del presidente y de la Asamblea Nacional. Esta mezquita también está cerca de la sede central del ISI (Servicio de Inteligencia Pakistaní), muchos oficiales solían ir a rezar a Lal Masjid.
Esta mezquita fue el centro de la yihad afgana en los años ochenta y la mayoría de los combatientes que fueron a Afganistán a luchar contra el ejército soviético se formaron allí. Durante ese período también fue el eje de todas las transacciones económicas.
El gobierno, debilitado por sus contradicciones internas cada vez más agudas, durante mucho tiempo vaciló. Temía que cualquier intento de silenciar a los mulás de la Mezquita Roja provocara la revelación de secretos sobre el apoyo estatal al fundamentalismo. La cobardía que el Estado demostraba en este caso era una expresión de su deseo de ocultar su papel y el de sus servicios secretos en el ascenso de los fundamentalistas. Estas vacilaciones permitieron a los clérigos adoptar una postura más agresiva. Abdul Aziz Ghazi, el jefe de Lal Masjid, su esposa Ume Hassan y su hermano Abdul Rashid Ghazi se aprovecharon de la impotencia del Estado e impusieron su orden del día reaccionario en la gente corriente de Islamabad.
En su primer ataque, las estudiantes cubiertas totalmente por el velo y con palos en la mano secuestraron a "Auntie" Shamim, una mujer que suministraba prostitutas a un caballero de las altas esferas del poder. Estas mujeres retuvieron a "Auntie" Shamim durante tres días y la interrogaron sobre sus experiencias sexuales. Este incidente revela la enfermedad de los fundamentalistas y reaccionarios que viven en las madrasas de todo el país.
Antes estas flagrantes provocaciones, el gobierno mostró una absoluta incapacidad para contener a estos elementos que intimidaban violentamente a la población local, cerrando las tiendas donde se vendían vídeos y música. Incluso les permitieron secuestrar a policías locales y después quemar películas y discos en las tiendas cercanas para imponer su ideología reaccionaria.
Tras demostrar su completa impotencia y la ausencia de autoridad política en todo el país, el gobierno intentó todo lo que pudo para calmar a los hermanos Ghazi en Lal Masjid y recurrió a la negociación, pero los últimos permanecieron impasibles. Respondieron de modo desafiante que Lal Masjid sólo podría ser demolida por encima de sus cadáveres.
La situación llegó a su punto culminante cuando las matonas con velo de Islamabad secuestraron a tres trabajadores chinos en un bar cercano. Musharraf, presionado por el gobierno chino, no tenía otra opción que acabar con esta farsa hipócrita y poner en movimiento la operación militar. Ésta terminó con la muerte del Ghazi más joven (Abdul Rashid), junto con otros 300 estudiantes (hombres y mujeres). El Ghazi más mayor, Abdul Aziz, fue capturado cuando huía oculto con un burka. Además, ocho miembros de las fuerzas armadas, incluido un teniente coronel y un capitán del ejército pakistaní, perdieron la vida, lo que demuestra la debilidad del ejército y el Estado pakistaní.
La Mezquita Roja
Los fundamentalistas islámicos, antes niños mimados del Estado y el imperialismo, fueron utilizados para proteger sus intereses en toda la región. Abdulá, el padre de los hermanos Ghazi, fue uno los primeros en promover la yihad a cambio de dólares. Sus discursos en defensa de la yihad (guerra santa) eran famosos. Nació en Rojhan, una ciudad atrasada del sur del Punjab, llegó a Islamabad en los años sesenta y se convirtió en seguidor del Pir Dewal Sharif (un santo local), cuyos seguidores incluían al entonces presidente, el general Ayub Khan, el dictador de Pakistán que construyó la capital y la llamó Islamabad. Estas conexiones le ayudaron a conseguir un gran pedazo de suelo en Islamabad para construir la gran mezquita en la que vivía con su familia.
La revolución pakistaní de 1968-1969 puso sobre la mesa la cuestión del poder obrero. Si hubiera triunfado, habría cortado el terreno a los reaccionarios fundamentalistas. Pero el líder del PPP, Zulfiqar Alí Bhutto, fracasó, no completó la revolución y se perdió la oportunidad. Sobre bases capitalistas era imposible resolver los terribles problemas sociales y económicos de la población y, por lo tanto, las fuerzas reaccionarias del país se recuperaron y fortalecieron, especialmente bajo la dictadura de Zia. Bhutto fue tan débil con los fundamentalistas que finalmente les fortaleció, y lo pagó con su vida.
La era de Zia comenzó con el impulso de la yihad por parte del imperialismo estadounidense, organizó y financió a las fuerzas fundamentalistas reaccionarias para que lucharan contra el ejército soviético en Afganistán. Durante este período, entregaron millones de dólares a los mulás reaccionarios a través de los servicios secretos pakistaníes (ISI) para la creación de madrasas, donde los jóvenes procedentes de familias pobres eran entregados y se les entrenaba para combatir. Entregaron armas modernas a todos los seminarios y madrasas para la formación militar.
Después del final de la guerra afgana, estalló una guerra civil en Afganistán entre distintas fracciones en la que unas fueron apoyadas por el ISI y la CIA. Las multinacionales también se posicionaron con diferentes sectores en esta guerra para conseguir así el control de los recursos naturales de Afganistán y de los países vecinos de Asia central. Sólo una de las grandes empresas estadounidenses, Unocal, dio 30 millones de dólares a los talibanes para que capturaran Kabul en 1996. Esta lucha y derramamiento de sangre enriqueció a los mulás, cada vez eran más lo que establecían sus propias madrasas para conseguir su parte del pastel.
Otro aspecto importante en este proceso ha sido el tráfico de drogas. En los años ochenta, la CIA promovió en Afganistán el crecimiento de amapola para el comercio de droga para compensar sus gastos durante la guerra. Todos estos mulás estuvieron implicados en este tráfico de drogas y trabajaron estrechamente con los barones de la droga que utilizaron Pakistán como puerta de salida hacia el mundo exterior (Afganistán no tiene acceso al mar). El ISI y el ejército pakistaní fueron los principales jugadores en la guerra afgana y también participaron activamente en el narcotráfico, los generales consiguieron de él grandes fortunas.
Después del colapso de la Unión Soviética, Samuel P. Huntington, creó la teoría falsa del "choque de civilizaciones" para ocultar las contradicciones de clase e impedir la unidad de clase de los trabajadores. Una vez más, la religión prestó un servicio al imperialismo, pero los mulás que antes fueron utilizados como amigos del imperialismo, ahora aparecían como sus aparentes enemigos. Bin Laden, que sirvió fielmente a las fuerzas norteamericanas en Afganistán en los años ochenta, se volvió contra sus maestros. Pero continuó como enemigo de los oprimidos y explotados que fueron obligados a pensar en líneas religiosas en lugar de líneas de clase.
Tras la invasión estadounidense de Afganistán floreció el narcotráfico. Sólo en 2006, la cosecha de opio en Afganistán fue de 6.000 toneladas, todo un récord. Las zonas controladas por las fuerzas británicas y norteamericanas son las que tienen mayores cosechas. La provincia afgana de Helmand, controlada por los británicos, supera a todas las demás en cultivo de amapola.
Los mulás, de haraposos a ricos
En todo este baño de sangre, la yihad del dólar y el comercio de drogas, los maulvis (sacerdotes) pasaron de ser las clases inferiores a agresivos matones urbanos. En los días anteriores a la yihad afgana, estos maulvis vivían una vida humilde a costa de los donativos de la población. La comida diaria del maulvi y su familia eran las sobras de sus vecinos. Como mucho, un maulvi tenía una bicicleta con la que recogía los donativos de la gente, no tenían ningún papel productivo en la sociedad.
Los dólares procedentes de occidente transformaron a estos necesitaros en mulás agresivos que podían matar a cualquier utilizando la cobertura de la religión. El maulvi que antes montaba en bicicleta ahora tenía diez todoterrenos a su disposición valorados en millones de rupias y guardias armados que le protegían día y noche.
¿Quiénes son los estudiantes de las madrasas?
Según los datos publicados el mes pasado por el gobierno pakistaní, el 74 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Y la mayoría de los que viven en o por encima del umbral también están necesitados. Estas cifras muestran la profunda privación, necesidad, sufrimiento, enfermedad y miseria que padecen las masas. Los que sufren este sistema capitalista explotador tienen que vender a sus hijos, algunas veces incluso antes de nacer, para poder sobrevivir.
En estas circunstancias, las madrasas ofrecen cobijo a estos necesitados, allí pueden alojarse, comer y vestirse gratis. A cambio, los estudiantes tienen que aprender a recitar y memorizar el Corán. Además son adoctrinados con una educación seleccionada para servir a los intereses de sus benefactores. Las madrasas, apoyadas por las agencias de inteligencia, utilizan todos los medios para recoger dinero. Con la ayuda del dinero procedente de la droga y los dólares de los imperialistas, azuzan el fervor religioso de la pequeña burguesía. Los comerciantes y tenderos que utilizan todo tipo de métodos para desplumar a sus clientes, dan una parte de sus beneficios a estos mulás para que perdonen sus pecados y les proporcionen un billete para el cielo. Entre los donantes de Lal Masjid se encuentran famosos comerciantes de Islamabad.
A los estudiantes salidos de las capas atrasadas y oprimidas de la sociedad, se les inyecta el odio y el fanatismo contra aquellos que viven mejor que ellos. Las diferencias de clase y las desigualdades de este brutal sistema son utilizadas como una herramienta para proteger los intereses de la clase dominante, y para desviar el odio a este sistema hacia líneas religiosas. Los sermones y los discursos incendiarios son utilizados para preparar a los estudiantes para que sigan las directrices de sus profesores, incluidos los atentados suicidas.
El fundamentalismo y la debilidad de la burguesía
La burguesía del "tercer mundo" entró demasiado tarde en la escena histórica como para llevar a cabo las tareas de la revolución democrático nacional, una de ellas era la separación de la religión y el Estado. Bajo el yugo del capitalismo global, la burguesía de estos países no podía desarrollar la infraestructura básica de la sociedad. Las pequeñas ciudades y los pueblos lejos de las principales ciudades carecen de las necesidades básicas par ala vida. La diferencia entre las ciudades y las zonas rurales remotas es enorme. No hay carreteras, hospitales ni escuelas. En Pakistán, el 80 por ciento de la población no tiene acceso al agua potable.
Cuando las personas de las regiones remotas llegan a las ciudades desarrollan un odio contra los de la clase dominante que vive una vida de lujo basada en la explotación de la clase obrera. Este odio les lleva a cometer crímenes y se ven implicadas en asesinatos, saqueos y robos. Las instituciones y partidos religiosos protegen a estos criminales y utilizan la furia de estos jóvenes para sus propios intereses.
La mayoría de los entrenados en los campos de la yihad en Cachemira, han cometido crímenes atroces en sus zonas y se han cobijado en estos campamentos. Los talibanes que luchan en las regiones tribales de Pakistán y Afganistán también proceden de elementos lumpen que reciben grandes sumas de dinero y armas por parte de los servicios de inteligencia para imponer su programa reaccionario en la sociedad.
La debilidad de la burguesía permitió al ejército y a los grupos religiosos introducirse en la política y utilizar este dominio para fortalecer su poder económico en el país. La implicación de los generales en política y en actividades económicas les ha hecho multimillonarios, ahora utilizan todos los medios para proteger sus intereses económicos. Todos los generales del ejército pakistaní tienen empresas inmobiliarias, acciones e industrias que van desde la minería, al agua, el azúcar o las fábricas textiles.
Todo esto, junto con el apoyo imperialista a algunas fracciones y el interés de las multinacionales en la región, provocó una pelea dentro del ejército pakistaní y en los servicios de inteligencia. La causa principal de esta riña son los miles de millones de dólares del narcotráfico que todos quieren controlar. Esta crisis, junto con la del capitalismo, ha debilitado al Estado, que ahora lucha con distintos grupos en las zonas tribales y en Baluchistán.
El incidente de Lal Masjid es parte de este enfrentamiento interno donde algunos sectores del Estado apoyaban a los hermanos Ghazi. Musharraf quería salvarse y al mismo tiempo sabotear a los hermanos Ghazi, lo que provocó confusión y retrasó la operación. Este desconcierto es consecuencia de la debilidad del Estado a la hora de conseguir sus objetivos.
La imagen que quiere dar Musharraf de moderado, sólo es una idea superficial y demagógica que no se corresponde con las miserias y sufrimientos de las masas. Desfiles de moda, pasarelas, festivales y carnavales no pueden ser una medicina para un paciente o para secar las lágrimas de un niño que sufre el dolor del hambre. Esta farsa de "moderación" no puede solucionar los problemas básicos de la sociedad, provocados por la decadencia del sistema capitalista. El liberalismo ofrecido por este sistema aleja aún más a los necesitados y los arroja en brazos de la reacción y el atraso.
Repercusiones
Este incidente no sólo demuestra la absoluta impotencia del Estado para afrontar estos problemas. También es una prueba de que el fundamentalismo no tiene base en la sociedad. Los medios de comunicación occidentales propagan una idea falsa, presentan al fundamentalismo como una gran fuerza en Pakistán e intentan demostrar su teoría equivocada del "choque de civilizaciones". Este incidente demuestra que los fundamentalistas no cuentan con una base de masas y ahora se ven las consecuencias, amenazan al Estado que los creó. Esta situación no es el inicio del declive del capitalismo, sino que es la expresión de la rápida decadencia del capitalismo durante estos últimos años.
Las masas están enfurecidas por problemas como la inflación o el desempleo, no maldicen los asesinatos de estos protegidos y mimados del Estado. Sólo lo hacen los mulás cuyos intereses están amenazados, sienten pánico y en algunas zonas son los que han salido a las calles con los estudiantes de las madrasas. Para proteger sus intereses económicos y sociales, los mulás podrían utilizar los atentados suicidas y los asesinatos selectivos en algunas zonas. Pero como no tienen una base de bases, su romance con el Estado no puede ni durará mucho.
El Estado podría utilizar este suceso para fortalecerse y atacar a los trabajadores de manera más violenta. La crisis económica se profundiza según pasan los días, el déficit comercial y por cuenta corriente es enorme, la crisis dentro del Estado irá en aumento provocando más incidentes con más baños de sangre y asesinatos. Este Estado ha utilizado esta cuestión para dejar en segundo plano la devastación provocada por las inundaciones y ciclones en Baluchistán y Sindh, en los que han muerto cientos de personas y casi dos millones se han quedado sin casa.
Estos desastres demuestran la podredumbre del Estado y el declive del sistema capitalista, donde el Estado es incapaz de proporcionar ningún tipo de alivio a las víctimas de estos desastres naturales. A pesar de las pretensiones de progresismo del gobierno, la infraestructura básica está colapsando. Todo esto significa más inestabilidad y volatilidad.
¿Hay una alternativa?
La dirección del Partido Popular de Pakistán (PPP), el partido tradicional de los trabajadores pakistaníes, no ofrece ninguna alternativa en esta coyuntura crítica. La victoria parcial de la alianza de los mulás en las elecciones de 2002 fue consecuencia del apoyo de la dirección del PPP a la invasión estadounidense de Afganistán (mientras que los mulás abiertamente la condenaron). Esto les ayudó a formar gobiernos en Pakhtoonkhwa (antes conocida como Frontera Noroccidental) y Baluchistán. También les permitió jugar un papel exagerado en la Asamblea Nacional. Desde entonces, los mulás han quedado desenmascarados ante los ojos de las masas, no tienen una alternativa y siguen los dictados del FMI y el Banco Mundial. Están aplicando la misma política que el resto.
La dirección PPP no ha aprendido nada. Todavía dependen del apoyo norteamericano para regresar al poder. En esta operación, Benazir ha apoyado abiertamente a Musharraf y condenado a los clérigos de Lal Masjid. La misma línea seguida por el Departamento de Estado estadounidense. Resulta irónico, pero los talibanes se organizaron bajo el gobierno de Benazir en 1996 siguiendo las directrices de la multinacional petrolera Unocal.
El absoluto fracaso de la dirección ha dejado a los trabajadores en la estacada, están sufriendo la explotación del capitalismo. La política de privatizaciones y cierres no sólo ha provocado un aumento del paro y la miseria ente la clase obrera, ha mostrado la debilidad de los capitalistas y su incapacidad para gestionar el sistema. Después de todas las privatizaciones, la pobre infraestructura se deteriora rápidamente. La población no tiene agua potable, electricidad, sistema de riego, carreteras, hospitales, escuelas o institutos. Sufre un tormento bajo la represión de un sistema capitalista en desintegración. Esta podredumbre y opresión alimenta a las fuerzas reaccionarias como el fundamentalismo, el terrorismo y el fascismo.
Sólo una economía planificada socialista bajo control obrero puede librar a la sociedad de toda esta miseria y desdicha, cuando todos los recursos sean utilizados para la mejora de las condiciones de vida de todos. No sólo será el final de los elementos reaccionarios en la sociedad, sino también el final de la explotación del hombre por el hombre. Un partido revolucionario con la revolución socialista en su programa, puede sacar a las masas de este oscuro abismo de desesperación y llevarlas hacia un nuevo mundo de felicidad y libertad.