Suelen reprocharnos a los marxistas que defendemos ideas viejas. A esto respondemos: si defendemos las “viejas” ideas del marxismo es porque perviven los mismos viejos problemas del capitalismo – la explotación, la pobreza, la miseria, las guerras, y la desigualdad creciente entre ricos y pobres.
La validez de las ideas no tiene que ver con su antigüedad, sino con su utilidad. La rueda fue inventada hace 7.500 años y nadie duda de su enorme utilidad aún en la sociedad moderna; sigue teniendo forma circular y girando alrededor de un eje. Pero tendrían serios problemas quienes, con la pretensión de inventar una rueda “nueva”, le dieran una forma cuadrada o rectangular, convirtiéndola en algo inútil para el propósito que se precisa.
Lo “nuevo” de Podemos
PODEMOS, plataforma electoral impulsada por el profesor de la Universidad Complutense de Madrid, Pablo Iglesias, tertuliano asiduo de La Sexta, Cuatro y otros programas de radio y TV, ha emplazado a la juventud y a sectores de la población no organizados, a que le den la espalda a la “vieja” izquierda y a sus ideas anticuadas, y a que se les unan en un movimiento “nuevo” con ideas “nuevas”.
PODEMOS plantea que tiene ideas “nuevas” que le van a permitir “desbordar” los límites de la izquierda “que no pasa del 15%”. Según sus máximos dirigentes, quieren ganar las elecciones “con al menos el 50% de los votos”, y quieren hacerlo ahora.
Según los referentes de PODEMOS, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, ya no tiene sentido la vieja división entre “Izquierda” y “Derecha”. Dicen que la palabra “izquierda” asusta o aleja a un sector de la población, lo que resta votos. En su lugar, proponen la dicotomía “Democracia” contra “Dictadura”, “demócratas” contra “no demócratas”. PODEMOS plantea que la emoción, el sentimiento, deben ocupar un lugar central en la política y por ello quieren arrebatar a la “derecha” el patrimonio de los términos “patria” y “patriota”, e incorporarlos a su ideario político. Se supone que eso sí les dará más votos. No reconocen la división entre clases sociales como el eje central de la sociedad; el objeto de su agitación son los “ciudadanos”, que deben “empoderarse”, un neologismo de significado ambiguo, que puede asimilarse a algo así como asumir el poder.
En esta iniciativa política e ideológica, los compañeros de PODEMOS vienen acompañados de otras corrientes y organizaciones, como Izquierda Anticapitalista, que por razones que se nos escapan aún sigue definiéndose a sí misma como “marxista”, y que ha manifestado su solidaridad con estos planteamientos de PODEMOS.
No hay lugar en el espacio de un artículo para tratar a fondo todos los aspectos políticos e ideológicos que plantea PODEMOS, por lo que tocaremos varios de ellos en el presente artículo y abordaremos otros en un segundo artículo.
Ciudadanos
Como decíamos, PODEMOS hace sujeto de su apelación a los “ciudadanos”. El concepto moderno de “Ciudadano” nace con la revolución burguesa – especialmente en la Gran Revolución Francesa – con el significado de que los seres humanos nacen “iguales” en derechos. Pero el concepto “ciudadano”, en la sociedad capitalista, ya fue situado hace tiempo en sus justos términos por el escritor francés Anatole France, cuando proclamó: “La ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe tanto a los ricos como a los pobres dormir debajo de los puentes, pedir en las calles, y robar el pan”.
Efectivamente, Emilio Botín, Florentino Pérez, Mariano Rajoy, la Infanta Cristina, Artur Mas, son todos “ciudadanos” con iguales derechos políticos a los trabajadores de Coca-Cola amenazados con despidos y cierres de fábrica, a las 300.000 familias desahuciadas de sus viviendas y a los más de 100.000 jóvenes españoles emigrados en busca de trabajo fuera de nuestras fronteras.
Analizar la estructura de la sociedad partiendo del concepto de “ciudadanía” nos lleva a enfrentarnos a la siguiente contradicción: ¿qué hace que en una sociedad de “ciudadanos”, nacidos iguales en derechos políticos y legales, se desarrollen intereses diferentes y opuestos? ¿Por qué el bienestar de un grupo determinado de “ciudadanos”, tales como banqueros y grandes empresarios, necesita del malestar de la gran mayoría de los “ciudadanos”, tales como trabajadores, estudiantes y pensionistas?
Bienestar significa satisfacer medios de vida que hacen dichosa la existencia de los ciudadanos en una sociedad dada. Estos medios de vida son la comida, la vivienda, el vestido, la atención sanitaria y educativa, viajar y conocer mundo, acceder al conocimiento y a la cultura, etc. Pero dichos medios de vida no brotan en la sociedad moderna directamente de la naturaleza – del aire, del agua, del sol, de la lluvia, de los árboles, o de la caza y de la pesca – como lo hacían en un pasado remoto de nuestra especie. La vivienda, la ropa, la comida, viajar, la cultura, etc. – todas las cosas que conforman los fundamentos de nuestro “bienestar” y de nuestra sociedad – sólo pueden satisfacerse a través de medios u objetos que proceden del trabajo humano. Es, pues, la manera en que se organiza la producción social de los medios de vida (el trabajo en el seno de la sociedad) y el acceso al fruto de dicho trabajo social lo que configura nuestra sociedad. Los ciudadanos no se relacionan entre sí como miembros de una comunidad humana abstracta de individuos iguales, sino como grupos humanos que ocupan lugares diferentes en la división social del trabajo y en el acceso a sus productos.
Luego, la base sobre la que se estructura nuestra sociedad no la constituye la “ciudadanía” – como afirma PODEMOS – sino la manera en que se organiza la división social del trabajo y el acceso a los medios de vida que emanan de la misma.
El lugar donde hay que buscar la base sobre la que funciona la sociedad es su estructura económica, no la política, las leyes o la democracia. Todos estos elementos derivan y toman forma a partir de lo primero.
Sociedad de clases y democracia
Nuestra sociedad está configurada, en sus rasgos fundamentales, de una parte, por la minoría de ciudadanos que ostenta la propiedad de los factores que producen, distribuyen y venden los medios de vida de los que depende toda la sociedad– la clase capitalista o burguesa –; y, de otra parte, por la mayoría de ciudadanos que sólo puede adquirir dichos medios de vida trabajando para los primeros a cambio de un salario – la clase obrera o trabajadora. Estos últimos constituyen el 75%-85% de la población en los países capitalistas desarrollados, y una proporción creciente en gran parte de los países del llamado Tercer Mundo, e incluyen también a los trabajadores del Estado y a los desempleados, que no son más que trabajadores sin ocupación.
La clase capitalista adquiere su riqueza, poder y privilegios en la sociedad apropiándose de la mayor parte del trabajo que no le paga a la clase obrera, y que obtiene con la venta de los medios de vida producidos – las mercancías – cuyo precio incluye ese trabajo no pagado a la clase obrera.
Ciertamente, existe una franja de la población que trabaja por sus propios medios – pequeños propietarios, profesionales, etc. – pero carece de la fuerza numérica y de la relevancia social y económica que ostenta la clase obrera.
La causa de que una minoría de poderosos imponga su voluntad a la mayoría de la población no es, como afirma PODEMOS, la “falta de democracia”, sino el control que la clase capitalista ejerce sobre la producción de los medios de vida que necesita el conjunto de la sociedad. Lo que hace poderosa a esa minoría de la población es la dependencia que sufre la mayoría de la sociedad del control que ejercen sobre la economía ese puñado de grandes empresarios y monopolios que dominan la industria, la agricultura, el comercio y los bancos.
Un programa concreto
De manera, que sólo a través de un proceso de transformación social que expropie la gran propiedad a los grandes capitalistas y la transfiera al conjunto de la sociedad será posible tomar nuestro destino en nuestras manos, controlando y administrando la riqueza social como propiedad común, de manera democrática. De esta manera, podríamos disponer de los recursos suficientes para resolver los problemas acuciantes que padecemos, y que la democracia deje de ser una palabra vacía y se llene de verdadero contenido. En definitiva, sólo terminando con la sociedad de clases, podremos terminar con la dictadura velada del gran capital y con la barbarie que genera el sistema capitalista.
Por eso, quien acepta la existencia de la gran propiedad capitalista tiene que aceptar sus consecuencias. Los gobiernos de los países capitalistas no son, entonces, más que una junta que administra los negocios comunes de toda la burguesía. Por eso gobiernan contra el pueblo. Se puede echar a los actuales gobernantes y elegir a otros, se puede reformar la Constitución e instaurar el sistema de elecciones primarias abiertas para elegir a los candidatos de los partidos, podemos elegir incluso un gobierno formado por las personas más honestas y democráticas imaginables, y hasta proclamar la República; pero nada sustancial cambiará mientras las palancas fundamentales de la economía permanezcan en manos de unos pocos y no estén en manos del conjunto de la población para que las administre de manera democrática para la satisfacción de las necesidades sociales, y no para enriquecer “a los de arriba”; es decir, hablando con propiedad, a los banqueros y grandes empresarios.
Los compañeros de PODEMOS suelen poner como ejemplo de su modelo a los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina; pero estamos viendo que – pese a los avances sociales habidos en dichos países – en la medida que las palancas fundamentales de la economía siguen en manos de oligarquías antipopulares, éstas usan su poder para boicotear la economía y desestabilizar a dichos gobiernos, provocando el desabastecimiento, la subida de los precios, la fuga de capitales al extranjero, y disturbios callejeros, con el fin de hacer caer a esos gobiernos o propiciar golpes de Estado, como fue el caso de Honduras o Paraguay.
En la medida que PODEMOS no incluya en su programa – y no lo hace – la expropiación de los grandes capitalistas, monopolios y bancos – y lo lleve a la práctica si alguna vez fuera gobierno – será un juguete en manos de esas fuerzas oscuras de la sociedad una vez llegue al poder. Por tanto, fracasará en su intento de transformar la sociedad, frustrando las ilusiones de quienes le depositaron su confianza. Esta es la importancia de dotarse de un programa correcto, que se deriva de un estudio científico de la realidad y no de la mera voluntad o de una visión idealista abstracta, confusa y ambigua sobre la “democracia”, la “dictadura” y la “ciudadanía”.
En la primera parte de nuestro artículo hacíamos una crítica a los fundamentos ideológicos de PODEMOS que defiende una sociedad de “ciudadanos, libres e iguales”, y que apela a que los ricos y poderosos se atengan a la “democracia” y a la “justicia” como la manera de resolver los problemas sociales. Estas ideas, que se presentan como novedosas y superadoras del “dogmatismo marxista”, en realidad nos retrotraen a los filósofos de la Ilustración del siglo XVIII y a la época premarxista de los “socialistas utópicos” de comienzos del siglo XIX.
Lo cierto es que la desigualdad y las injusticias del sistema son un resultado inevitable de la sociedad dividida en clases sociales opuestas – básicamente, entre los que poseen los medios de producción, cambio y comercio, y los que viven de un salario trabajando para aquéllos – lo que comporta, necesariamente, la explotación y la apropiación de trabajo ajeno para sostener los privilegios de los ricos.
La sociedad capitalista actual no es una sociedad de ciudadanos iguales modelada por un “contrato social” entre el Soberano (el pueblo) y el poder gubernamental como imaginaba Rousseau, el gran ideólogo de la Revolución Francesa; sino que este poder que vela por la “democracia” y la “justicia” – el gobierno y el aparato del Estado – es un mero instrumento de los grandes empresarios, banqueros y terratenientes que regula y administra los intereses comunes de aquéllos. No es casual que la inmensa mayoría de los jueces, altos jefes militares y policiales, diplomáticos, y políticos profesionales sean reclutados de las filas de la burguesía y de la pequeña burguesía adinerada para aplicar la “democracia” y la “justicia” en interés de la clase social de la que provienen.
Tampoco es casual que quienes tienen a su cargo la producción ideológica oficial en la sociedad: los medios de comunicación privados, y las editoriales que confeccionan los libros de las escuelas y universidades, sean grandes empresas privadas que usan y abusan de su posición para transmitir los valores ideológicos y morales de la clase capitalista, en cuya labor también acude en ayuda el incienso tóxico de la jerarquía eclesiástica, el principal policía espiritual de nuestra sociedad, pese a su declive creciente.
Terminar con las desigualdades sociales y las injusticias no podrá conseguirse, por tanto, con apelaciones abstractas a la “democracia” y a la “justicia”, sino poniendo fin a la sociedad de clases y al sistema que la sustenta.
“Izquierda”, “Marxismo”, “Socialismo”, “Revolución”
Hay una cosa en la que estamos de completo acuerdo con los compañeros de PODEMOS: lo importante no es la “forma” de decir las cosas, sino su “contenido”.
El lector habrá advertido en nuestro análisis precedente, incluida la primera parte de este artículo, que no tuvimos necesidad de mencionar las palabras “izquierda”, “marxismo”, “socialismo” o “revolución”, para exponer nuestras ideas. Y no obstante, todas estas palabras contienen, en germen o plenamente desarrolladas, la posición que hemos expuesto.
Por su parte, los compañeros dirigentes de PODEMOS afirman – si nos permiten parafrasear la incomparable frase de Aznar – que son de izquierdas “en la intimidad”, pero consideran contraproducente mencionar públicamente la palabra “izquierda” en sus discursos para exponer sus ideas, ya que eso alejaría a una parte del electorado que quieren convencer para sus posiciones. De ahí que estos compañeros, creyéndose su propio discurso, afirmen públicamente que está superada la dicotomía “izquierda-derecha”.
Pero lo cierto es que también se puede evitar mencionar la palabra “izquierda” y ofrecer un proyecto imposible de capitalismo “de rostro humano” donde cohabiten felizmente opresores y oprimidos; manteniendo a los primeros “arriba”, y a los segundos “abajo”, para utilizar la terminología de los dirigentes de PODEMOS.
¿Es cierto que PODEMOS, sin mencionar la palabra “izquierda”, plantea un proyecto de transformación real de la sociedad a favor de “los de abajo”? Baste una rápida mirada al programa para las elecciones europeas para comprobarlo.
Por supuesto, defienden toda una serie de propuestas y reformas que compartimos, y que no difieren en nada a las que defienden IU y otras organizaciones de izquierda: como la dación en pago para las hipotecas impagadas, medidas de participación popular como los referéndums vinculantes, techos salariales para los altos funcionarios, más impuestos a los ricos, bajadas del IVA en productos básicos, derecho al aborto, equiparación salarial de hombres y mujeres, medidas contra la concentración monopólica de los medios de comunicación, cierre progresivo de las centrales nucleares, etc.
Pero, como también planteamos en nuestra crítica al programa de IU, la clase dominante posee mil y un mecanismos para boicotear u obstaculizar estas medidas si no le arrebatamos su poder económico y político. Baste recordar que la tímida ley de vivienda andaluza, aprobada por el gobierno de la Junta de Andalucía el año pasado y que proyectaba expropiar temporalmente el uso de las viviendas vacías de bancos e inmobiliarias, fue inmediatamente paralizada por el Tribunal Constitucional “por afectar los derechos de propiedad” de bancos e inmobiliarias ¿Qué tienen que decir al respecto los dirigentes de PODEMOS?
Otras medidas que propone el programa de PODEMOS son lugares comunes que pueden encontrarse en cualquier programa socialdemócrata, e incluso de la derecha, como fomentar el crédito a las pequeñas y medianas empresas o proponer impuestos a las transacciones financieras. Suena bonito, pero al final, nadie puede obligar a los bancos otorgar préstamos si no lo consideran un negocio seguro, como sucede actualmente, porque “es su propiedad”; y los Estados están súper endeudados para entregar alegremente dinero barato a pequeñas empresas, cuya devolución es incierta es un contexto de estancamiento económico prolongado.
Otras propuestas son vagas declaraciones de buenas intenciones: como establecer una auditoría de la deuda pública para comprobar su legitimidad (¿quién la haría y cómo se impondría una quita a la misma? Nada se dice), o que el Banco Central Europeo compre deuda pública de los países europeos a bajo interés, algo que también defienden el gobierno de Rajoy y los dirigentes del PSOE, pero a lo que Merkel se opone porque el origen de los fondos del BCE son mayoritariamente alemanes.
El "control público" de la economía que propone PODEMOS
Lo llamativo de este programa es que da un enorme rodeo para evitar la cuestión fundamental: ¿qué pasa con la propiedad de los grandes bancos, monopolios y latifundios? Lo más que se dice es un párrafo ambiguo, lleno como es habitual de buenas intenciones:
“Recuperación del control público en los sectores estratégicos de la economía: telecomunicaciones, energía, alimentación, transporte, sanitario, farmacéutico y educativo, mediante la adquisición pública de una parte de los mismos, que garantice una participación mayoritaria pública en sus consejos de administración y/o creación de empresas estatales que suministren estos servicios de forma universal”.
Esta propuesta incorpora una gran dosis de ambigüedad. Por una parte, deja fuera a las antiguas empresas públicas privatizadas no incluidas en esos sectores (Argentaria, SEAT, fertilizantes, siderurgia, astilleros, entre otras) y, desde luego, deja intactos los demás sectores estratégicos en manos privadas (bancos, grandes latifundios, redes de comercialización, la gran industria) tanto o más importantes aún que los primeros, que seguirán dominando con puño de hierro la parte del león de la economía y, por lo tanto, el futuro de millones de familias.
Para nuestra sorpresa, lo que se anuncia como una afirmación categórica, luego es matizado con multitud de “cláusulas de salvaguardia”. Así, en la segunda parte del párrafo se da un paso atrás, cuando se dice que dicho control público no se ejercerá sobre todos los sectores estratégicos mencionados inicialmente, sino sobre “una parte de los mismos” ¿En qué quedamos? Al citar inicialmente 7 sectores estratégicos de la economía a controlar (telecomunicaciones, energía, alimentación, transporte, sanitario, farmacéutico y educativo) y matizar seguidamente que sólo afectará a “una parte de los mismos”, semánticamente se nos está diciendo que no serán 7, sino 6, 4, 2 ó 1 ¿Cuántos exactamente? ¿O se pretende decir que se controlará públicamente, dentro de cada sector estratégico mencionado, una parte de los mismos? En ese caso, ¿se controlará la parte mayoritaria de cada sector; o una sola empresa en cada sector, no necesariamente la más importante? De nuevo, ambigüedad.
Es difícil que los votantes de PODEMOS puedan exigir a sus dirigentes el cumplimiento exacto de un programa electoral lleno de ambigüedades que les compromete, en lo concreto, a muy poco ¿O acaso esta ambigüedad del apartado más importante del programa económico de PODEMOS está redactada para no asustar a su potencial volumen de votantes que no quiere oír hablar ni de “izquierda” ni de “derecha”, ni de medidas “radicales”? ¿Es esto lo “nuevo” que propone PODEMOS? Pero esto es lo que la socialdemocracia ha venido haciendo desde hace décadas, moderar su programa y dejarlo en los mínimos imprescindibles que sean aceptables por el gran capital.
Más preocupante es cómo se plantea avanzar hacia ese “control público”: mediante la adquisición pública “que garantice una participación mayoritaria pública en sus consejos de administración”. Esto es, hablando en plata, comprando una parte del capital a los accionistas. Pero comprar acciones de empresas monopólicas para hacerse con su control – a precio de mercado, ya que no se indica lo contrario – implicaría una montaña de dinero para las finanzas públicas, dinero del que carece el Estado, con una deuda actual equivalente al 100% de la riqueza generada en un año (PIB). No tiene mucho sentido comprar una parte de empresas estratégicas a costa de descapitalizar al Estado y a las propias empresas que se compra, haciéndolas inviables para funcionar.
Las “cláusulas de salvaguardia” se suceden sin pausa. Seguidamente, se desdice de la propuesta de comprar activos de esas empresas cuando se añade al final: “y/o creación de empresas estatales que suministren estos servicios de forma universal”. O sea, que al final “ni todo” ni “una parte de los mismos”, sino crear “de la nada” nuevas empresas públicas que compitan con empresas y sectores monopólicos que controlan sectores estratégicos de la economía. Esto es muy fácil de escribir sobre el papel. Nuevamente preguntamos ¿de dónde va a sacar un Estado súper endeudado el dinero suficiente para crear de la nada nuevas empresas públicas que arrebaten el control mayoritario de sectores estratégicos de la economía a grandes empresas ya establecidas y con un mercado asegurado? Al parecer, los dirigentes de PODEMOS creen firmemente que el dinero “ya está ahí” y que sólo tienen que cogerlo para gastarlo. Si fuera tan fácil… y eso, sin tocarle un pelo a los grandes banqueros, industriales y terratenientes ¡Y estos compañeros nos acusan a los marxistas de estar en las nubes, mientras que ellos reclaman firmemente tener los pies sobre la tierra!
Cómo resolver el problema del "huevo de Colón" de la economía
La realidad es que sin el control de TODOS los sectores estratégicos de la economía, públicos y privados, firmemente en manos de “los de abajo”, ni siquiera las medidas más avanzadas enumeradas al principio podrían ser aplicadas, por falta de recursos y mecanismos reales para llevarlas a cabo.
En el pasado, en el contexto de un auge económico mundial importante, era posible conseguir algunas reformas progresistas a favor de la clase trabajadora y demás sectores populares explotados, pero en la situación actual de crisis orgánica del capitalismo, y de enorme endeudamiento de empresas y Estados, no es posible avanzar en ninguna de esas medidas sin controlar esas palancas fundamentales.
Imaginemos una medida básica para reducir el desempleo: el reparto del trabajo. Reducir la jornada laboral a 6 horas diarias o 35 horas semanales, sin reducción salarial, para que los parados puedan ocupar los puestos de trabajo que quedaran vacantes. Pero, ¿quién puede obligar, por ejemplo, a las grandes empresas a aplicar esa medida? ¿Una ley del gobierno? Los empresarios responderán que estas empresas son “su” propiedad. Argüirán que no tienen dinero para contratar a más trabajadores, y responderán llevándose las empresas a otro sitio, o cerrándolas, para obligar al gobierno a dar marcha atrás. PODEMOS no plantea alternativas para esa eventualidad.
Esto es parecido a la famosa leyenda del “huevo de Colón”. Se dice que en una disputa entre Colón y varios sabios de Castilla, el primero desafió a los últimos a colocar un huevo sobre una mesa de manera que quedara fijo en posición vertical. Todos ellos fracasaron, ya que la forma ovoide del huevo (valga la redundancia) hacía que el huevo se inclinara, atraído por la fuerza de la gravedad, y cayera siempre en posición horizontal. Cuando finalmente llegó su turno, Colón tomó el huevo entre sus dedos y dio un pequeño golpe seco a uno de sus extremos contra la superficie de la mesa; de manera que el huevo permaneció fijo en posición vertical.
Igualmente, la única manera de ejercer un verdadero control público de la economía – que atienda los intereses y las necesidades de la inmensa mayoría de la población – es arrebatándole el “sagrado derecho de propiedad” de los sectores estratégicos de la economía al puñado de riquísimos banqueros, industriales y terratenientes que disponen de la vida y de la muerte de millones de personas en nuestro país. Esto no puede hacerse comprándoles sus grandes empresas ni creando otras de la nada, por la simple razón de que no tenemos dinero para hacerlo, y porque sería una enorme calamidad y aberración social tratar de transferir decenas de miles de millones de euros de la sociedad a este puñado de familias riquísimas que ya le han extraído a esa misma sociedad cientos de miles de millones de euros durante décadas.
¿Por qué expropiar a los ricos?
La relación que hay establecida entre las grandes empresas y bancos con la “ciudadanía” no es una relación de iguales, donde ellos ofrecen determinados servicios y productos y la población es libre de utilizarlos o comprarlos a cambio de dinero, como si estuviéramos en un mercadillo de barrio.
Si no compras pan, leche, fruta, carne o pescado, o no tienes el dinero para comprar estas cosas, te mueres de hambre. No es una opción, es una necesidad. Si no te compras un abrigo, o no tienes dinero para la calefacción, ni puedes pagar el alquiler de una vivienda, te mueres de frío o vives en la indigencia. Tampoco es una opción, sino una necesidad. Si no puedes pagar la gasolina, no puedes utilizar el coche para ir a trabajar. Sin teléfono, radio ni televisión, te empujan fuera de la sociedad. Sin un trabajo, privado o público, no tienes acceso a los medios de vida, y te empujan a la vida de un paria. No puedes elegir no trabajar para “los de arriba”.
Hoy, más que nunca antes en la historia del capitalismo, cada nuevo producto, artefacto o innovación comunicacional, en muy pocos años se convierte en parte imprescindible para el desenvolvimiento de la vida social; como ocurre, por ejemplo, con internet ¿Cómo puede ser posible, entonces, que los fundamentos mismos de la vida de decenas de millones de personas en cada país: si pueden trabajar, si pueden comer, si pueden vestirse, si pueden tener un techo, dependan del control que ejercen sobre la sociedad un puñado de grandes empresarios y multinacionales podridos de dinero?
¿Cómo puede ser que esta gente tenga, como los esclavistas del Imperio Romano, derecho sobre la vida y la muerte de millones de seres humanos? Esta injusticia es tanto más sangrante cuando, además, dependen completamente de esas decenas de millones de trabajadores en cada país para hacer funcionar sus empresas. Más sangrante aún cuando los beneficios que ingresan estos truhanes son el trabajo no pagado a los trabajadores, como ya demostró Carlos Marx; y, por lo tanto, sus privilegios se sustentan sobre la explotación, el abuso y el maltrato cotidiano que sufre nuestra clase. Por eso pretenden que trabajemos más horas y cobremos menos salario, y así incrementar su codicia insaciable por los beneficios a costa de la clase obrera.
La producción capitalista tiene un carácter “social”, requiere el concurso y la participación de millones de seres humanos: desde la generación de energía, la extracción de materias primas, su transformación industrial en productos útiles; autopistas, puertos y aeropuertos para transportarlos, comercios donde exponerlos al público para su venta, etc. y así garantizar que el producto llegue desde la fábrica o el campo hasta la casa del consumidor o a la oficina de trabajo. Sin embargo, el producto resultante, el fruto de ese trabajo social, es apropiado de manera “individual” por el dueño o dueños de las empresas que los fabrican, lucrándose con lo que no es sino producto del trabajo y del esfuerzo de millones.
Es por esto que para resolver los problemas de fondo de la sociedad, en interés de la mayoría, no hay otra manera que expropiar la gran propiedad a estos parásitos, sin indemnización, para de esa manera utilizar los ingentes recursos acumulados para planificar democráticamente la economía en interés del conjunto de la sociedad. Sólo proponemos una excepción, indemnizar a los pequeños accionistas y ahorradores de esas grandes empresas y monopolios, que carecen de otros medios de vida.
Y tampoco pretendemos, como falsamente propala la propaganda venenosa de la derecha, arrebatarles su propiedad a los pequeños empresarios y propietarios quienes, en realidad, están igualmente sometidos al dictado de la gran empresa y de los grandes bancos. Es suficiente con nacionalizar las grandes empresas que suponen el 80%-90% de la economía, más que de sobra para poner en marcha un plan de producción racional y democrático que ponga las bases para solucionar los principales problemas que enfrentamos: el paro, la falta de vivienda, los bajos salarios, la crisis medioambiental, y terminar con el despilfarro y la corrupción de los grandes empresarios y su corte de políticos a sueldo. En realidad, los pequeños empresarios y propietarios saldrían tan beneficiados como los trabajadores de una economía nacionalizada a gran escala, ya que tendrían acceso a créditos a muy bajo interés por parte de una banca nacionalizada y a redes de comercialización muy baratas para hacer frente a sus necesidades. Y serían libres de incorporarse voluntaria y gradualmente al resto de la economía nacionalizada.
La conclusión es clara. PODEMOS no evita mencionar palabras como “izquierda” o “socialismo” en su programa para apartar obstáculos formales que impidan a una masa de la población abrazar propuestas de transformación radical de la sociedad, para alcanzar el mismo objetivo que proponemos aquí. No, lo que nos propone es un objetivo diferente: el sueño imposible de introducir reformas al sistema y tratar de limarle las garras al tigre del capitalismo, pero dejando intacta la gran propiedad de banqueros, industriales y terratenientes; y, por lo tanto, la explotación de los trabajadores y las lacras sociales que conlleva. Por supuesto, que los compañeros no quieren esto, pero el resultado de sus propuestas les lleva inexorablemente al mismo punto de partida del que pretenden salir.
Los mecanismos “democráticos” mencionados en el programa de PODEMOS para limitar la acción del gran capital no son más que deseos piadosos y bienintencionados que se han probado una y mil veces sin ningún resultado, violentados en todas partes por la burguesía, ejerciendo su músculo económico contra cualquier gobierno progresista que trate de ejercer un tutelaje sobre sus ganancias.
Definitivamente, sólo hay una forma de poner de pie un huevo, y no es de la manera que propone PODEMOS.
En las dos entregas anteriores explicamos que los planteamientos ideológicos de PODEMOS son comunes a todos los partidos “de izquierda” que históricamente no se plantearon superar el sistema capitalista; salvo limarle un poco las garras. Expusimos que, en su programa, los dirigentes de PODEMOS confían en solucionar los problemas sociales sin tocar la propiedad de los grandes banqueros, empresarios y terratenientes. En esta última entrega reivindicaremos el término “izquierda”, y criticaremos la concepción de PODEMOS sobre el papel de la “emoción” y del “patriotismo” en la lucha política, y explicaremos cómo la consecución de una democracia real está vinculada a superar el sistema capitalista de explotación.
Vindicación de la “izquierda”
Pablo Iglesias, el principal dirigente de PODEMOS, afirma que la dicotomía “izquierda-derecha” era propia de la “guerra fría” entre la antigua URSS y los países capitalistas occidentales (1945-1991) y que, por lo tanto, ya ha quedado superada. Lo que sorprende de esta afirmación no es sólo lo que dice, sino que es exactamente la misma argumentación que ha defendido la derecha y sus políticos en los últimos 20 años.
El uso político de la palabra “izquierda” tiene su origen en los primeros tiempos de la Revolución Francesa, y hacía referencia a los asientos que ocupaban en la Asamblea Nacional los delegados de las corrientes más radicales de la revolución, frente a las corrientes moderadas y promonárquicas, que se situaban en el lado derecho.
Desde entonces, izquierda y Derecha han quedado incorporadas al vocabulario político general y mundial. Durante algún tiempo, “la izquierda” quedó vinculada a la defensa de posiciones progresistas, republicanas y democráticas, frente a la derecha que se presentaba como la defensora del orden establecido y de las clases privilegiadas.
Con la irrupción de la clase obrera en la escena social y la formación de poderosas organizaciones políticas obreras desde fines del siglo XIX en adelante, el concepto de “izquierda” evolucionó hasta dotarse de un contenido de clase, en paralelo al del concepto de “derecha” con el que quedaron identificados los partidos formados por los grandes empresarios en cada país. Entre ambos polos, los llamados partidos de “centro”, fueron impulsados por políticos profesionales que explotaban las inquietudes políticas de las diferentes capas de la pequeña burguesía en sus variantes de “centro-izquierda” y “centro-derecha” para hacer carrera y negociar puestos y ministerios con las alas izquierda o derecha del espectro político.
La identificación de la “izquierda” con la lucha política de los trabajadores fue, y sigue siendo una conquista política preciosa, al reafirmar una separación de clase con los partidos de “derecha” que defienden los intereses de la burguesía, de los ricos.
Iglesias, que dice ser un gran defensor del papel de los “sentimientos” y de la emoción” en la lucha política – como si nos anunciara un descubrimiento o se atribuyera su innovación en la política española – no puede desconocer la fuerza emocional y sentimental que comporta el término “izquierda” para millones de trabajadores y jóvenes en el Estado español, sentimientos de “justicia”, de “solidaridad”, de “avances sociales”, de “lucha”, de “igualdad”; de la misma manera que el término “derecha” suscita en esos mismos trabajadores y jóvenes sentimientos y emociones asociados a la “injustica”, la “desigualdad”, la “explotación”, la “dictadura”, los “ricos” y los “opresores”.
Ya que el término “derecha” suscita una clara repulsa en la conciencia general de la clase trabajadora y demás sectores oprimidos de la sociedad, no es casualidad que desde hace un siglo la burguesía y sus partidos hayan realizado infinidad de intentos y esfuerzos por denigrar el término “izquierda”, abanderando la consigna “ni izquierda, ni derecha”.
Así, no fue una casualidad que los herederos más inteligentes del régimen franquista en 1977, denominaran a su partido “Unión de Centro Democrático”, esto es: ni izquierda, ni derecha; para tratar de borrar las sucias huellas de su procedencia.
¿Por qué lo hacen? Justamente para introducir la idea reaccionaria de la conciliación entre las clases, de que existen intereses comunes entre los trabajadores y sus patrones, entre los ricos y los pobres, para difundir la idea falsa de la “unidad nacional”, de que “todos somos españoles” – o, para el caso: “vascos”, “catalanes” o “gallegos” – mientras continúa la explotación y permanecen las injusticias sociales.
El carácter reaccionario de la consigna “Ni izquierda ni derecha” reside en que deja políticamente desarmados a los trabajadores y demás sectores populares oprimidos, con una consigna que dificulta su visión clara del origen de sus problemas, y la desvía a “la mala gestión” de los políticos, a que “en este país hay muchos sinvergüenzas”, etc. En lugar de hacerle ver la realidad tal cual es, debilita la conciencia política y orienta la mirada de los trabajadores y sus familias, no a la estructura económica de la sociedad y a las relaciones de propiedad, sino al terreno de la moral.
La consigna “ni izquierda, ni derecha” ha sido, precisamente, uno de los lemas preferidos de todos los demagogos reaccionarios, como Rosa Díez y su partido UPyD; y, especialmente, de los grupos fascistas, comenzando por el fundador del fascismo español, José Antonio Primo de Rivera, ya en los años 30 del siglo pasado.
En realidad, esta consigna cala especialmente en las capas políticamente más inexpertas y atrasadas de la sociedad, especialmente la pequeña burguesía que, por su papel social, no se enfrenta a un enemigo de clase directo, a diferencia de los trabajadores. Y es, justamente, a este sector de la sociedad a quien parece apelar enfáticamente Pablo Iglesias y los demás dirigentes de PODEMOS.
Pero, ¿es cierto que el término “izquierda” asusta o aleja no sólo a trabajadores, sino también a estas capas políticamente más atrasadas de la sociedad? No, no es cierto. La conciencia general es muy cambiante. No olvidemos que los dirigentes del PSOE que, cuando les conviene se proclaman enfáticamente de izquierda, ganaron hasta no hace muchos años bastantes elecciones. Más cercano en el tiempo, en Grecia, el nombre de SYRIZA, que se ha convertido en el primer partido del país y al que los dirigentes de PODEMOS dicen admirar, es un acrónimo que significa: Coalición de la Izquierda Radical.
Por tanto, el problema de la “izquierda” española en sus expresiones tradicionales más importantes (PSOE y PC-IU) no tiene que ver con el nombre o con su definición, sino con la política y el programa que han venido defendiendo y practicando desde la caída de la dictadura, que ha frustrado y alejado a millones que, en determinados momentos, buscaron en ellos una alternativa para transformar la sociedad.
De lo que se trata es de reivindicar el término “izquierda”, llenándolo de un verdadero contenido político de transformación social; es decir, socialista y revolucionario.
La emoción y el fascismo
Decíamos antes que Pablo Iglesias propone apelar a la emoción y a los sentimientos para hacer política. Ya respondimos que no sólo estábamos de acuerdo con eso, sino que ambos elementos forman parte indisoluble de cada lucha obrera y social, no sólo ahora – cuando parecen haberlo descubierto los dirigentes de PODEMOS – sino en toda la historia de las luchas de las clases sociales y pueblos oprimidos contra sus opresores.
Sin duda, podríamos identificar innumerables ejemplos de elevadas cotas de emoción y sentimiento al servicio de una lucha política por la liberación social, en los años gloriosos de la revolución y de la guerra civil española en los años 30, y en las luchas contra la dictadura franquista en los años 60 y 70.
Pero emociones y sentimientos hay muchos, y no todos juegan un papel revolucionario o progresista, también los hay reaccionarios, en el sentido de que alejan a las clases y sectores oprimidos de los verdaderos objetivos de su liberación. Hay que saber identificar entre unos y otros para evitar caer en una trampa.
Pablo Iglesias dice que el fascismo se alimenta de emociones, algunas irracionales, y que la izquierda debe disputarle ese campo. Concretamente, habla de que hay arrebatarle a la derecha y al fascismo los conceptos de “patria” y “patriotismo”.
Pero Pablo equivoca aquí las cosas y parece desconocer los hechos históricos. Allí donde el fascismo ganó – en los ejemplos clásicos y trágicos de Italia, Alemania o España – no sucedió porque fue más astuto que la izquierda manipulando los sentimientos “irracionales” de las masas, como parece deducir el compañero. En todos estos casos, y en otros, la razón fue que las direcciones que estaban al frente de la izquierda frustraron – en los momentos de mayor tensión social – las aspiraciones de liberación social de las masas trabajadoras negándose a dirigir sus luchas hacia la transformación socialista de la sociedad con la toma de la propiedad de los grandes banqueros, industriales y terratenientes. Como en el caso de PODEMOS, estas direcciones se esforzaron por circunscribir las luchas obreras y campesinas dentro de los marcos del capitalismo; negándose a tomar el poder apoyándose en la fuerza de la clase obrera organizada. La frustración resultante, cuando no las derrotas sangrientas, fue lo que pavimentó el camino al fascismo, y fueron los mismos trabajadores y campesinos quienes padecieron los peores golpes de la brutalidad fascista.
Debemos añadir, además, que en aquella época las clases medias y la pequeña burguesía – la base tradicional de masas del fascismo y de la reacción – enloquecidas por la aguda crisis social y frustradas por la incapacidad de las direcciones obreras de mostrarles una salida, constituían en la mayoría de los países el 40%, el 50% o el 60% de la población, que fue lo que le dio en aquel momento una base de masas al fascismo en esas circunstancias. Actualmente, la pequeña burguesía ha quedado reducida a un porcentaje pequeño de la población, y es la clase trabajadora – los trabajadores asalariados – junto con sus familias, el componen principal de la población (un 80% en el caso del Estado español). Por lo tanto, actualmente, el fascismo carece de una base de masas para desarrollarse, y la clase obrera es infinitamente más fuerte que hace 70 u 80 años.
El “patriotismo”
Históricamente, el “patriotismo” ha conocido momentos donde jugó un papel progresista, en las luchas de los siglos XVII al XIX en Europa, cuando agrupaba a las clases urbanas contra el particularismo feudad y la monarquía, para reunir a la “nación” contra los déspotas que poseían en propiedad los territorios que habitaban. Fue un sentimiento progresista en las luchas de los pueblos coloniales de América Latina, Asia y África, contra los viejos imperios coloniales, para crear naciones nuevas y regir sus destino por sí mismos, y este sigue siendo el caso en estas zonas contra la nueva dominación indirecta de las potencias imperialistas que les extraen y expolian sus recursos y las condenan a la indigencia.
El “patriotismo” de un trabajador o campesino venezolano es movilizado en la lucha contra el imperialismo norteamericano y europeo que trata de apoderarse de las riquezas del país y de esclavizar a su pueblo. Y eso es progresista.
Pero el sentimiento “patriota” en los países capitalistas desarrollados; es decir, imperialistas, como el caso del Estado español – aunque sea un país imperialista de segunda fila – el “patriotismo” es un sentimiento reaccionario, porque se basa en la exaltación de un sentimiento que se basa en la dominación y la opresión. Las grandes empresas y bancos españoles ya extraen la mayor parte de sus beneficios de la explotación imperialista de los países de América Latina y África, principalmente.
En lo concreto, el “patriotismo” es un sentimiento que identifica a personas de un mismo país, independientemente de su clase social, “hermana” al obrero de Coca-Cola despedido y a la anciana desahuciada con Botín y Rajoy. El “patriotismo” español tiene una historia y una tradición: apela a la grandeza de la “sangre” y del “Imperio hacia Dios” de Don Pelayo, Santiago Matamoros y de los Reyes Católicos, y al fascismo de la “España una, grande y libre”. Y enseña a despreciar a las minorías nacionales y su cultura en Catalunya, Euskadi y Galicia; lo mismo que al trabajador inmigrante, expulsado de su país por la acción depredadora de las multinacionales imperialistas, comenzando por las españolas.
Por supuesto, que debemos ser sensibles y diferenciar el sentimiento “patriota” pérfido, brutal, egoísta y opresivo de los fascistas y capitalistas españoles que ansían dominación y privilegios; del sentimiento “patriota” honesto del obrero y del joven parado que identifica la “patria” con un lugar digno donde poder vivir, trabajar y tener un futuro que le niegan sus “patriotas” ricos.
Pero tenemos que basarnos en ese “patriotismo” sano, ingenuo, del obrero y del parado no para reforzar ese sentimiento ni para excitar el odio o la animadversión hacia los “alemanes” o los “europeos del norte”, como lamentablemente - y no pocas veces – le hemos escuchado al compañero Pablo Iglesias. Sino para resaltar que no hay ni puede haber “hermandad” entre ricos y pobres, que la verdadera soberanía nacional reside en que el pueblo sea dueño de su propio país, de su riqueza, de sus recursos naturales; mientras que actualmente la riqueza del Estado español se la reparten no más de 200 familias de banqueros, industriales y terratenientes.
La verdadera soberanía nacional comienza, por tanto, expropiando la enorme riqueza que ostenta esa minoría de privilegiados para que esté en manos del conjunto de la sociedad, gestionada democráticamente para el interés de la inmensa mayoría.
En lugar de propagar prejuicios contra los alemanes y los europeos del norte de Europa hay que explicar que en dichos países también existen explotadores y explotados, y de lo que se trata es de unir a la clase obrera y la juventud combativa de toda Europa contra la Europa del Capital, de Merkel y de Rajoy. Explicar que actualmente los Estados nacionales son un estorbo para el desarrollo de nuestros pueblos, y que de lo que se trata, no es de reafirmar las fronteras nacionales, sino de borrarlas con la unión voluntaria y fraternal de los pueblos europeos, sumando nuestros recursos en una Europa socialista, unida y auténticamente democrática.
Cómo conseguir una democracia real
En una reciente entrevista en el diario on line Público, el compañero Pablo Iglesias, declaraba:
"Está claro quiénes fueron los enemigos de la democracia y quiénes lo son hoy. Los enemigos son quienes convierten derechos en privilegios. Quien privatiza la sanidad y la hace un privilegio es enemigo de la democracia, quien convierte la educación en un privilegio es enemigo de la democracia".
Ya desde el principio de su andadura política, los dirigentes de PODEMOS afirmaban que la dicotomía principal a la que se enfrenta la sociedad es “democracia frente a dictadura”.
En la misma línea, PODEMOS repite constantemente que su objetivo es el “empoderamiento” de la gente, algo así como que la gente tenga o tome el poder.
Aunque PODEMOS propone algunas medidas, que apoyamos sobre límites en los salarios de los altos funcionarios, limitación de cargos, revocación de los mismos por los electores, referéndums vinculantes, y demás; esto queda muy lejos de representar una democracia real.
Más aún, los dirigentes de PODEMOS no cuestionan el actual sistema de democracia burguesa, democracia representativa, donde los ciudadanos se limitan a votar a determinados partidos cada cuatro años, mientras que la gestión cotidiana de los asuntos generales sigue corriendo a cargo de especialistas, diputados, jueces, funcionarios que permanecen separados del pueblo y de sus preocupaciones e intereses.
La democracia seguirá siendo una palabra huera y vacía mientras sean otros quienes decidan quién puede trabajar y quién no, quién puede tener una vivienda y quién no, quién puede permitirse estudiar en la universidad y quién no, quién puede vivir en su país y quién no. En definitiva, mientras las fuentes de trabajo y de vida sigan siendo potestad y propiedad de una minoría nunca podrá haber verdadera democracia ni liberación social.
Mientras las grandes empresas sigan dominando con puño de hierro a la sociedad, seguirán disponiendo de millones de euros para corromper a funcionarios, jueces, policías, diputados y concejales; montando medios de comunicación de masas para condicionar a la población en todos los aspectos de la vida social. Los grandes partidos del régimen seguirán recibiendo cuantiosas donaciones en A o en B para monopolizar e instalarse en las campañas electorales jugando con la desesperación de la gente común.
Una verdadera democracia no es la que se limita a permitir que los ciudadanos voten cada cierto tiempo e inmediatamente pierdan el control efectivo sobre sus representantes. Nuestro modelo de democracia es una democracia directa y participativa, donde sea la propia población la que gestiona y decide directamente sobre todos y cada uno de los aspectos que determinan su vida: su barrio, su ciudad, su región o nacionalidad, su empresa, la escuela de sus hijos, el servicio sanitario que recibe, los puestos de trabajo públicos que se ofertan, etc.
Pero existe otra circunstancia que introduce severas limitaciones a la participación popular. Qué tipo de democracia participativa podemos tener cuando los trabajadores se ven obligados a trabajar 8, 10 o 12 horas diarias y llegan a sus casas cansados, y deben atender su vida familiar y sus problemas cotidianos, y lo último que desean es participar en reuniones, debates o asumir responsabilidades en organizaciones y partidos.
La medida básica para facilitar la participación de las masas de la población en la democratización de la vida social debe comenzar con la reducción drástica de la jornada laboral, sin reducción salarial, para que los trabajadores tengan tiempo libre y se sientan psicológicamente estimulados para acudir a reuniones, asambleas, etc.
Se mire por donde se lo mire es imposible asegurar las bases mínimas de una verdadera democracia en la sociedad actual. Se requiere una sociedad de nuevo tipo, y está vinculada a una transformación radical de las estructuras existentes, en las empresas y en el aparato del Estado.
Nuestra propuesta de democracia directa, que recoge toda la experiencia histórica de luchas y revoluciones de la clase obrera mundial, es la siguiente:
- Creación de comités de delegados de trabajadores, elegibles y renovables en cualquier momento en asambleas de trabajadores, en todas las fábricas, empresas, oficinas e instalaciones públicas, que tengan la facultad de ejercer un control obrero sobre todos los aspectos: libros de caja, producción, seguridad e higiene, beneficios, contratación de trabajadores.
- Coordinación de estos comités de trabajadores a nivel de rama de producción, localidad, regional y estatal, con la elección de delegados que participen en las reuniones en cada nivel.
- Creación de comités de vecinos en cada barrio, elegidos y revocables en cada momento en asambleas vecinales, que tengan la facultad de decidir y proponer sobre todos los aspectos del mismo. Coordinación de todos los comités de barrio a nivel de ciudad. Elegir en dicho comité de ciudad los integrantes que compondrían un gobierno popular de la ciudad, elegible y revocable en cualquier momento.
- Comités paritarios de profesores, trabajadores y estudiantes en cada facultad que dirijan todos los aspectos de la misma, elegibles y revocables en cualquier momento. Dirección de cada Universidad por un comité paritario de profesores, trabajadores y estudiantes elegidos en una asamblea general de cada universidad, con representantes paritarios de cada facultad.
- Coordinación de todos los comités de trabajadores, vecinales, de universidad a nivel local, provincial, regional y estatal, con delegados elegidos en cada ámbito, elegibles y revocables en cualquier momento.
- Obligatoriedad de elección mínima de los integrantes de todos los comités cada 3 meses.
- Convocatoria de un Congreso estatal de comités, formado por delegados elegibles y revocables procedentes de cada comité local, que elija un comité central de delegados que asuma las funciones de un gobierno estatal, y cuyos miembros puedan ser elegibles y revocables en cualquier momento. En lugar de la actual separación entre poder ejecutivo y legislativo, que escapan a cualquier control obrero y popular, se fusionarán ambos organismos en un único cuerpo deliberativo y ejecutivo, y cuyos integrantes estarán sujetos en todo momento a revocación inmediata.
- Que ningún representante público reciba un salario superior al salario medio de un trabajador cualificado, como la manera más efectiva de cerrar el paso a los arribistas profesionales.
- Que las tareas de representación, control y administración en cada ámbito a nivel de empresa, barrio, localidad, provincia, comunidad y estatal tengan un carácter rotatorio.
- Ningún ejército o fuerza represiva separados del pueblo. Disolución de las Unidades de Intervención Policial (antidisturbios). Depuración de fascistas y reaccionarios el ejército, la policía y la Guardia Civil. Control de las academias del ejército y de la policía por las organizaciones obreras y sociales, y cuyos integrantes serán responsables ante los comités obreros y vecinales en cada ámbito. Elección de los oficiales por los soldados.
- Disolución del cuerpo judicial corrupto y clasista. Creación de tribunales populares responsables ante los comités locales
- Disolución de esa reliquia del feudalismo como es la Monarquía y los privilegios dinásticos de la familia Borbón. Proclamación de una república federal y socialista que consagre la unión voluntaria de los pueblos que componen el Estado español, como un primer paso para una república socialista ibérica y los Estados Unidos Socialistas de Europa.
Llevar a la práctica una democracia obrera de este tipo es incompatible con el dominio de las grandes empresas y bancos. Para ello se requiere la expropiación del gran capital, en las condiciones que explicamos en un apartado anterior, bajo el control de los trabajadores.
PODEMOS e IU
Se nos puede reprochar que seamos muy exigentes con los compañeros de PODEMOS cuando otras organizaciones que sí se reclaman abiertamente de izquierda, como es el caso de Izquierda Unida, defienden posiciones similares a la de PODEMOS. Pero nosotros nunca hemos dejado de señalar las insuficiencias del programa actual y de la política de IU. Si bien observamos una diferencia. Independientemente del programa y de la práctica habitual de IU y de sus dirigentes, una cosa es cierta: pese a todo, IU se reclama una organización de la clase trabajadora, propone como su horizonte político el socialismo y apuesta abiertamente por la república. Desde el punto de vista ideológico, ofrece al menos un punto de partida a partir del cual se puede ir avanzando, combatiendo al mismo tiempo, como hacemos, las posiciones y los sectores en su interior que entran en contradicción con los fundamentos ideológicos de la organización.
Sin embargo, PODEMOS, que se presenta como lo “nuevo” y ha conseguido atraer la atención de sectores no organizados que muy recientemente se han incorporado a la vida política activa, y que forman parte de la misma base social del resto de la izquierda, parte de una posición ideológica mucho más atrasada que IU. Rehúye referenciarse centralmente en la clase trabajadora, no contempla en su objetivo el socialismo – la sociedad sin clases – y se asume como organización interclasista, dando a entender como posible y realizable la conciliación entre clases sociales con intereses antagónicos. Y se desentiende del debate sobre la República. Sus posiciones ideológicas, lejos de hacer avanzar la conciencia política de la clase trabajadora y de la juventud combativa, la hace retroceder hacia posiciones superadas por la historia.
Lo más grave de la posición de los dirigentes de PODEMOS es que ellos en conversaciones en “petit comité” se declaran a sí mismos de izquierda, republicanos y hasta socialistas y marxistas; pero consideran que su público es demasiado inmaduro para que se eleven hasta esas posiciones. En lugar de aprovechar la autoridad política que han alcanzado sobre sus bases para hacer avanzar su conciencia, se adaptan a sus prejuicios más atrasados, para reforzarlos y desacreditar la idea de la “izquierda”.
La vida enseña
PODEMOS insiste una y otra vez en que “quieren ganar”, “ya estamos cansados de perder”. Nosotros también, pero queremos ganar para llegar a nuestro objetivo, no para desviarnos de él y ofrecer una vía muerta en la solución de los problemas sociales.
La impaciencia en política siempre condujo al ultraizquierdismo y al oportunismo. Los ultraizquierdistas dicen “no podemos esperar”, de ahí que busquen atajos con acciones “ejemplarizantes” para “despertar” a las masas, que sólo tienen el efecto de alejarles de la clase obrera y desacreditarles. Los oportunistas también claman “no podemos esperar”, y traten de buscar un atajo abandonando sus consignas “demasiado radicales”, para “aguar” y “moderar” sus ideas. Y esto ya sabemos a dónde conduce.
PODEMOS se lamenta de que la izquierda, por ahora, sólo llega a una minoría, a un 15% o menos. Desde luego, la situación está lejos de ser satisfactoria y hay mucho que avanzar, en la calidad de la dirección, en la democratización de nuestras organizaciones, en agitar un programa y unas consignas correctas y en acompañar las luchas en las calles.
Pero también hay un hecho sobre el que merece la pena reflexionar. Si miramos la historia de las grandes revoluciones pasadas, el ala más consecuentemente revolucionaria siempre aparece en minoría al comienzo de la revolución. Son los partidos moderados de la revolución quienes concentran el apoyo de las masas trabajadoras. Sólo a través de su experiencia viva y de la explicación paciente – por medio de un proceso de meses o unos pocos años – las masas trabajadoras abandonan su confianza en los partidos moderados y se aproximan al ala revolucionaria, que gana en apoyo e influencia. La historia enseña que la impaciencia por ganar a las masas, tratando de forzar una experiencia que no puede forzarse a voluntad, condujo a incontables derrotas, bien por errores ultraizquierdistas u oportunistas. La experiencia exitosa del Partido Bolchevique en la revolución rusa nos ilustra el modelo de agitación y de organización que se requiere para asegurar la victoria revolucionaria que, dicho sea de paso, se consiguió sin apenas violencia y con un apoyo aplastante entre la clase obrera y el campesinado en octubre de 1917.
El error de los compañeros de PODEMOS es tratar un problema político que no admite atajos para su solución – cómo rebasar los límites “naturales” de la izquierda – como si se tratara de un problema organizativo – “esconder nuestras banderas”. No es ocultando nuestras ideas como conquistaremos la mayoría, sino explicando pacientemente el programa de medidas que se necesita, acompañando la experiencia de la clase trabajadora y demás sectores populares explotados, que tarde o temprano terminarán de agotar su confianza e ilusiones en encontrar una solución dentro de los márgenes del capitalismo.
Cuál es la tarea inmediata
La tarea más inmediata es utilizar los mecanismos que nos proporciona el sistema para hacer agitación de masas para popularizar y difundir nuestras consignas y atraer a los sectores más conscientes y avanzados de la clase obrera y de la juventud.
De lo que se trata es de agrupar y organizar a la vanguardia del movimiento obrero y de la juventud que crece día a día. Dotarla de una visión científica de la realidad y de la sociedad, de convencerla de la justeza de un programa completo de transformación social. Una vez sea consciente de sus objetivos y se encuentre organizado, este sector que ya hoy se cuenta por decenas de miles, estará en condiciones de atraer a sectores y capas cada vez más amplios de la clase trabajadora y de la juventud, y también a sectores de la clase media más próximos a la clase trabajadora y de sus condiciones de vida.
El mejor instrumento de que disponemos para realizar esta tarea son las ideas científicas del marxismo, del socialismo revolucionario. La concepción clasista de la historia y de la sociedad, que ha sido corroborada y enriquecida por la experiencia histórica de las últimas décadas. Esto incluye la asimilación y superación de la experiencia del estalinismo, esa deformación burocrática y totalitaria del socialismo que tanto daño ha hecho a nuestra causa, causada por el aislamiento de la revolución en un país pobre y atrasado acosado durante años por el capitalismo y el imperialismo.
La lucha por transformar la sociedad, por terminar con las injusticias y la opresión y por un mundo auténticamente humano y feliz, es una lucha difícil que no admite análisis superficiales, simplistas ni moralistas.
Los trabajadores y, sobre todo, la juventud, que se incorporan a la lucha política activa no se conformarán con eso. Arden en deseos de conocer y estudiar. Sólo en el marxismo podrán encontrar plena satisfacción a sus inquietudes y proclamar: definitivamente no, la revolución no será banalizada.