El lunes 4 de junio, el Primer Ministro de Jordania, Hani al-Mulki, fue obligado a dimitir. Este fue el resultado de un creciente movimiento de masas, que ha sacudido al país hasta sus cimientos.
El movimiento comenzó el 30 de mayo después de que el gobierno anunciara los planes para aumentar los impuestos sobre la renta en general, así como para aplicarlos por primera vez a las personas de bajos ingresos. Esta propuesta llega en una situación en la que los trabajadores y los pobres, así como las capas medias, ya están padeciendo grandes subidas de precios. Por nombrar sólo algunos, tras la supresión de los subsidios, de principios de año a hoy el precio del pan se duplicó y el precio del combustible aumentó significativamente. Además, el precio de la electricidad subió varias veces y justo ahora, cuando se acerca el calor del verano, ¡son un 55% más altos que a principios de año!
Esta desesperada situación ha radicalizado a capas de la población que antes habían sido pilares de la estabilidad. Miles de personas respondieron al llamamiento de los sindicatos nacionales a la huelga, incluyendo empleados estatales, médicos, periodistas, maestros, abogados, farmacéuticos, ingenieros, pero también pequeños comerciantes y otros. Esta fue una de las mayores protestas desde 2011. Significativamente, los participantes no eran principalmente activistas, sino miles de personas que habían sido apolíticas hasta ahora y que han sido empujadas a las calles por las insoportables condiciones de vida. La consigna principal era "Hago huelga hoy para vivir mañana", pero también había consignas que se hacían eco de la Revolución Árabe de 2011, como "el pueblo quiere la caída del gobierno".
Sorprendentemente, la reacción del gobierno contra el movimiento fue anunciar nuevos recortes en los subsidios - una clara provocación. El jueves 31, anunciaron subidas de los precios de la electricidad del 18% y del combustible del 5,5% ¡que entrarían en vigor al día siguiente!
Esa fue la gota que colmó el vaso. Miles de trabajadores se declararon de nuevo en huelga y salieron a las calles acompañados de estudiantes. El movimiento se extendió desde la capital, Ammán, a todo el país. Hubo manifestaciones en todos los grandes centros urbanos, incluidos Salt, Tafila, Ma'an y Zarqa. En Irbid, en el norte del país, así como en Aljun, los manifestantes quemaron neumáticos para bloquear las principales carreteras. Esta es una situación sin precedentes y es la primera vez que un movimiento de masas se ha apoderado de todas las grandes ciudades y pueblos del país. También hubo enfrentamientos con la policía cuando alrededor de 2.000 personas en Ammán intentaron marchar hacia la oficina del Primer Ministro y la policía atacó a los manifestantes con gases lacrimógenos y porras. Claramente la situación se estaba calentando.
Esto obligó al Rey, Abdullah II, a intervenir. Ordenó la cancelación de los recortes previstos a los subsidios. Pero esto no detuvo al movimiento. Por el contrario, el movimiento alcanzó un sentimiento de su propia fuerza y sólo se volvió más audaz. Así que el lunes 4 de junio, en un intento desesperado de detenerlo, el Rey también despidió al odiado Primer Ministro. Por el momento, muchas de las personas que han sido lanzadas a la lucha por primera vez están de buen ánimo con algunas ilusiones en el papel de la monarquía. El Príncipe procuró reforzar estas ilusiones saliendo a la calle y pidiendo a la policía que "proteja a los manifestantes y preserve su derecho a expresarse". Pero está claro que esto no es más que una maniobra cuyo objetivo es dar ciertas concesiones cosméticas, como el sacrificio de algunas cabezas, para preservar todo el régimen. Pero esto no será fácil.
Al mismo tiempo que el nuevo gobierno ha llamado a los sindicatos al diálogo, las masas radicalizadas han olido sangre. En una entrevista en Middle East Eye, este sentimiento fue claramente expresado por la joven manifestante Dima Jarabsheh:
"E pueblo derribó al gobierno. No renunció voluntariamente. Cambiar a las personas no resuelve el problema. Nos quedaremos en la calle hasta que podamos lograr nuestro objetivo de cambiar la política económica que ha provocado que los ciudadanos no puedan cubrir sus necesidades básicas vitales".
El margen para que el nuevo gobierno haga concesiones es muy estrecho. La nueva ley del impuesto sobre la renta, así como los constantes ataques a los subsidios a los bienes de primera necesidad, sólo pueden entenderse como parte del esfuerzo del gobierno por reducir la deuda pública, que se sitúa en torno al 90% del PIB del país. Esta es una condición clave para que el Fondo Monetario Internacional (FMI) otorgue préstamos al Estado jordano, que tiene pocos recursos.
El país está tratando de sobrevivir económicamente y está sufriendo particularmente por los bajos niveles de inversión extranjera, hasta el punto de que hay rumores de que el gobierno provocó las protestas para conseguir que los Estados del Golfo y sus corruptos monarcas gobernantes arrojaran dinero a la economía, por miedo a las revueltas en sus propios países. Si eso fuera cierto, la clase dominante jordana no sólo está muy desesperada, sino también es muy estúpida. Sin embargo, una cosa está muy clara: sobre la base del capitalismo y su crisis no hay otra política para los ricos y poderosos. El nuevo Primer Ministro, Omar al Razzaz, es un ex economista del Banco Mundial. También para él no hay otra política que la de atacar implacablemente a la clase obrera, a los pobres e incluso a las capas medias, que en el pasado habían sido relativamente privilegiadas.
Todo esto se da en una situación en que en toda la región, después de años de reacción y del fantasma de la guerra civil, las masas han comenzado a regresar a la lucha. Las guerras sectarias en Siria e Irak se utilizaron durante años para disuadir a las masas de luchar por una vida mejor. Pero ahora, en un país tras otro, desde Irak e Irán, hasta Egipto y Palestina, y ahora Jordania, este argumento está empezando a perder su poder y las tradiciones y métodos revolucionarios de las masas se están redescubriendo lentamente. Esto muestra el camino a seguir. Al final, los problemas de los trabajadores oprimidos, de la juventud y de los pobres en Oriente Medio sólo pueden ser resueltos a través de la lucha revolucionaria de masas para derrocar a la corrupta clase dominante y al capitalismo como un todo.