Hungría al límite
La noche del lunes 18 de septiembre las calles de Budapest rugieron en lo que fue presentado tanto por la prensa nacional como internacional como un movimiento de protesta de masas contra el gobierno el gobierno húngaro y su primer ministro, Ferenc Gyurcsány, pidiendo su dimisión.
El desencadenante de este movimiento fue la filtración de un discurso del primer ministro socialista pronunciado el pasado mes de mayo durante la campaña electoral. En él hacía varios comentarios admitiendo que había mentido continuamente sobre la situación de la economía, para conseguir salir reelegido y su deseo de dejar de mentir para “poner bien la economía”.
Lo que comenzó como una reunión pacífica de unas cuantas miles de personas frente al parlamento, terminó con coches ardiendo, los locales de la televisión húngara asaltados, daños valorados en millones de forintes e imágenes de una muchedumbre incontrolada alborotando la ciudad.
Estas noticias llenaron los medios de comunicación y pantallas de televisión extranjeras en todo el mundo e incluso se empezaron a hacer comparaciones con 1956. Nada más alejado de la realidad. Una rápida ojeada a los periódicos húngaros y a la cobertura televisiva, junto con informes de testigos presenciales, revelan un país no preparado para la revolución sino dirigiéndose hacia un brutal paquete de austeridad diseñado para preparar la entrada del euro con todos los sacrificios para la población.
¿Qué dijo Gyurcsány en mayo? Se relajó, después de todo estaba rodeado de fieles de su propio partido, aunque estuvo un poco torpe porque sabía que se encontraría con resistencia incluso de los suyos para llevar adelante sus severos recortes del gasto público, reducción de salarios y bienestar social, restricciones en la educación, sanidad y gasto social, aumentos de impuestos, etc., En realidad, todo el tono del discurso tenía el objetivo de convencer a sus propio partido de que si no se hacían estos “cambios dolorosos”, el país iría a la total bancarrota.
Lo cierto es que en su análisis económico había mucha de verdad. Hungría es uno de los países más endeudados del planeta. Hungría también es uno de los países más corruptos del mundo, donde el soborno, la corrupción y la malversación es una forma de vida, más que la excepción. El propio Gyurcsány es un representante de esta capa parasitaria que se hizo rica, extremadamente rica, durante los años noventa, cuando se liquidaron los bienes del estado a precio de saldo y cuando lo más importante era enriquecerse. Existe un acuerdo en que la corrupción, la mala gestión y la incompetencia han jugado un papel en la acumulación de esta enorme deuda, pero la verdadera razón es el estado frágil de la propia economía, resultado de la crisis de la economía mundial junto con las acciones del primer gobierno conservador del MDF entre 1990-1994, que vendió el país a un puñado de multinacionales extranjeras, incluidos todos los bienes, industrias rentables, como farmacéuticas, etc.,
Los gobiernos de los últimos dieciséis años han intento implantar programas de austeridad, como los socialistas encabezados por Gyula Horn a mediados de los noventa, cuando se aplicaron los primeros ataques al estado del bienestar y el cierre de empresas estatales junto con la privatización de los sectores rentables, todo esto devastó la industria húngara. Sin embargo, los dueños extranjeros de Hungría nunca han estado satisfechos con lo conseguido y los socialistas de Gyurcsány salieron reelegidos, cumplieron los mandatos del FMI y el banco Mundial, así los nuevos gobernantes de Hungría pueden disfrutar de los beneficios de la pertenencia al euro, todo a costa de la salud y el futuro de los húngaros corrientes. El déficit de la balanza de pagos está en más del 10 por ciento, les queda un largo camino para cumplir el 3 por ciento que requiere la entrada en el euro.
Sin duda existe un gran descontento en el país. A nadie le gusta que le mientan. Después de las promesas de reducir los impuestos y gasto extra, el tipo de medidas anunciadas recientemente (y los rumores de las que vendrán) han provocado un elemento de descontento. Recientemente, se anunció que cada vez que fuéramos al médico tendremos que pagar 300 forintes y se suprimirá el transporte gratuito para los mayores de 65 años. El tramo inferior del IVA subirá al 20 por ciento, eso afecta a los más pobres porque este tramo se aplica a productos esenciales como la comida, combustible y energía. El gobierno también está contemplando la introducción de un impuesto sobre la propiedad, no sólo para los muy ricos, sino comenzando con las valoradas en 5 millones de forintes, que prácticamente afecta a todas las casas y apartamentos. Esto fue lo que primero mencionó el gobierno cuando comenzó a vencer las viviendas públicas a principios de los años noventa cuando hablaba de la “democracia de poseer propiedad”. Ser un sin techo ya es algo suficiente malo, pero un impuesto como ese provocará un explosión. Los estudiantes también están en situación de fermento y tienes previstas manifestaciones en todo el país. El gobierno está eliminando la financiación estatal de la educación superior y universitaria e introduciendo por primera vez tasas.
Estas y otras medidas temidas son más que suficiente para sacar a la gente a las calles. Sin embargo, la gran mayoría de los manifestantes no protestaban sólo contra el programa de austeridad previsto, sino que exigían la dimisión del primer ministro y su gabinete. Las consignas, banderas y pintadas frente al parlamento y la televisión sugerían que en el movimiento participan elementos de derechas, incluida la extrema derecha. Los partidos políticos, especialmente la derecha, tienen un carácter oportunista y sin principios. La mayoría de la población está desilusionada con todos los partidos por eso en cada elección baja continuamente la participación electoral.
Para aumentar la temperatura de la campaña electoral para las elecciones municipales del próximo 1 de octubre, además de intentar dar una connotación derechista a las celebraciones del cincuenta aniversario de la revolución húngara de 1956, utilizaron el discurso de Gyurcsány para estos propósitos. Una multitud de 40-50 bandas de extrema derecha, hooligans futbolísticos y otros elementos lúmpen, se movilizaron para aprovechar la situación. Además es muy probable que existan estrechos vínculos entre el principal partido conservador, el FIDESZ, y estos elementos extremos. Sin embargo, utilizar a este tipo de elementos es algo arriesgado porque no siempre son fáciles de controlar. Esto es lo que ocurrió la noche del 18 al 19 de septiembre y continuó varias noches después.
Un comentarista comentó correctamente que las comparaciones con 1956 están totalmente fuera de lugar. Citó como ejemplo los escaparates de las tiendas que no se rompieron durante las semanas que duró la revolución de 1956, que no es en absoluto comprable con lo ocurrido ahora.
Muchos húngaros están muy alterados por lo que están viendo en sus pantallas de televisión desde el 19 de septiembre. Un país pequeño, que ha visto mucha opresión y no ha tenido una protesta abierta durante los últimos cincuenta años, ha tenido un duro despertar. Cuando hablé con los vecinos, amigos, colegas y otras personas encontré mucha confusión. Muchas personas deploran a estos elementos derechistas y con razón. No obstante, muy pocos ven una salida real. Todos saben que no quieren regresar al estalinismo, pero ahora saben también que el capitalismo no puede proporcionar sanidad, riqueza ni estabilidad. Aún muchos creen en Gyurcsány cuando dice que si nos ajustamos durante unos años el cinturón, entonces empezarán a llegar miles de millones de occidente y sobreviviremos. Aquellos que creen que con el FIDESZ, el partido de derechas que gobernó de 1998 a 2002, la cosa irá a peor no quieren echar a los socialistas. En una reciente encuesta Gyurcsány tenía un 45 por ciento de apoyo, pero el 48 por ciento quería que se quedara. Pero no ofrecerá una solución a los problemas más fundamentales que hoy tienen los húngaros: caída de los niveles de vida, aumento del endeudamiento, peores perspectivas de empleo, vivienda y futuro.
Hungría carece de un partido que pueda plantear una verdadera alternativa socialista ante esta confusión y caos. El gobierno de Gyurcsány todavía sigue firme e intenta llevar adelante los programas de austeridad, eso al final obligará a que la población se movilice contra él y su partido, y finalmente contra el sistema capitalista para establecer una economía planificada, la democracia obrera y una esperanza de futuro. Sin embargo, esto no se puede hacer sin una organización. Estas primeras agitaciones son un síntoma de que algo no va bien en los estados ex – estalinistas y que es necesario clarificar la cuestión de las organizaciones obreras tanto en Hungría como en el resto de Europa del Este.
Desgraciadamente, ni los sindicatos, ni el Partido Comunista, son capaces ni están dispuestos a proporcionar un verdadero programa socialista o una dirección capaz de luchar hoy en Hungría. No tengo ninguna duda de que la tarea es grande, que todavía no se han redescubierto las tradiciones de lucha del movimiento obrero húngaro, pero en el siglo XXI los húngaros conseguirán construir una verdadera sociedad socialista y democrática. Una sociedad que sus precursores comenzaron a crear en 1956 y que se puede conseguir siendo conscientes de su propia capacidad para cambiar la sociedad.