La movilización de los chalecos amarillos marca una etapa importante en el desarrollo de la lucha de clases en Francia. Sin partido, sin sindicato, sin organización preexistente, cientos de miles de personas han participado en las acciones de bloqueo, barriendo de un golpe las pseudo concesiones y las amenazas del gobierno. Una gran mayoría de la población les apoya.
Su determinación está a la altura de su cólera y sus sufrimientos. Arden de indignación contra un gobierno que no para de aumentar la presión fiscal sobre los trabajadores, los jubilados y las capas medias, mientras que los más ricos se benefician de todo tipo de desgravaciones, subvenciones y otras ventajas fiscales. Los chalecos amarillos han entendido perfectamente que el argumento de la "transición ecológica" no es más que un nuevo pretexto para saquear a la masa de la población en beneficio de un puñado de parásitos riquísimos.
Este movimiento es política y socialmente heterogéneo. ¡Naturalmente! La política reaccionaria del gobierno golpea no solamente a los trabajadores, sino también a los artesanos, los pequeños comerciantes, los pequeños campesinos, los profesionales liberales, los jubilados y otras capas sociales intermedias. La heterogeneidad social y política del movimiento de los chalecos amarillos demuestra precisamente su profundidad. No es una movilización sólo de la "vanguardia obrera", de los trabajadores más conscientes y organizados. Es un movimiento de masas que, de repente, levanta a capas sociales normalmente inertes. Por supuesto, nadie puede decir hasta dónde va a llegar. Pero lo que sí está claro es que un movimiento de esta naturaleza es característico del inicio de una revolución. En la isla Reunión, el movimiento ha adquirido ya un carácter insurreccional.
Los militantes de la izquierda que se ponen exquisitos ante la "confusión" del movimiento, deberían reflexionar sobre esto que escribió Lenin en 1916:
"Quien espere la revolución social pura no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra que no comprende la verdadera revolución. [...] La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que una explosión de la lucha de masas de todos y cada uno de los oprimidos y descontentos. En ella participarán inevitablemente parte de la pequeña burguesía y de los obreros atrasados (sin esa participación no es posible una lucha de masas, no es posible ninguna revolución) que aportarán al movimiento, también de modo inevitable, sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y sus errores. Pero objetivamente atacarán al capital, y la vanguardia consciente de la revolución, el proletariado avanzado, expresando esta verdad objetiva de la lucha de masas de pelaje y voces distintas, abigarrada y aparentemente desmembrada, podrá unirla y dirigirla, tomar el poder, adueñarse de los bancos, expropiar a los trusts, odiados por todos (¡aunque por motivos distintos!) y aplicar otras medidas dictatoriales [1] que llevan en su conjunto al derrocamiento de la burguesía y a la victoria del socialismo" [2]
Estas líneas de Lenin caracterizan bien al movimiento de los chalecos amarillos. Al mismo tiempo, indican el papel que deberían jugar las organizaciones sindicales y políticas del movimiento obrero en estas circunstancias: deberían "unir y orientar" la lucha de masas hacia la conquista del poder y el derrocamiento del capitalismo. En este sentido, la diferencia entre lo que escribía Lenin hace un siglo y lo que hacen hoy la mayoría de los "dirigentes" del movimiento obrero es flagrante, abisal. En los hechos, no "dirigen" nada. Peor todavía, dan la espalda al movimiento de los chalecos amarillos, cuando no lo atacan.
Por ejemplo, el dirigente de la CFDT Laurent Berger ha calificado el movimiento como "totalitario". En su calidad de agente de la burguesía en el seno del movimiento obrero, Laurent Berger no pierde nunca una buena ocasión de defender el orden establecido, es decir la dominación ("totalitaria" en cierto sentido) de los bancos y las multinacionales.
¿Y por parte de Philippe Martínez (CGT), que dirige la confederación sindical más poderosa y más militante? El "derrocamiento de la burguesía" y la "victoria del socialismo" están a años luz de sus intenciones (lo que es lamentable, ya que los problemas de las masas no se pueden solucionar en el marco del capitalismo). Dicho esto, ¿qué posición defiende Philippe Martínez? Dice comprender la "cólera legítima" de los chalecos amarillos, pero rechaza implicar a su organización en el movimiento ya que no quiere ver a la CGT "desfilar al lado del Frente Nacional". Al mismo tiempo, sin embargo, reconoce que la extrema derecha es "minoritaria" (de hecho, es incluso marginal como fuerza organizada). Entonces, pese a que la reivindicación inicial y central de los chalecos amarillos es la anulación del aumento de impuestos a los carburantes, Philippe Martínez ni asume ni defiende esta reivindicación. Al contrario, aprovecha la ocasión para pedir al gobierno que suba ampliamente el salario mínimo, de manera que los trabajadores puedan, entre otras cosas, ¡comprar sus propios vehículos!
Esta posición es completamente errónea, está completamente desconectada de la situación real. Por supuesto, hay que luchar por un aumento del salario mínimo y de los salarios en general. Pero esta reivindicación no excluye ni se contradice en absoluto con la que está en el corazón del movimiento de los chalecos amarillos (que no moviliza sólo asalariados): la anulación del incremento de impuestos sobre los carburantes. En vez de oponerle la reivindicación de un aumento de salarios, la dirección de la CGT debería hacer suya la reivindicación central (y justa) del movimiento de los chalecos amarillos, defendiendo a la vez su programa general en defensa del poder adquisitivo, que por supuesto incluye el aumento de los salarios.
La CGT debería explicar: "La subida de impuestos a los carburantes no tiene nada que ver con la ecología. Es un saqueo en beneficio de las multinacionales, ya que el dinero de los impuestos acabará en los bolsillos de los grandes patronos bajo la forma de subvenciones y de regalos fiscales. Si el gobierno necesita algunos millones de euros para cuadrar el presupuesto, ¡que los coja de los cofres de las multinacionales y no de los bolsillos del pueblo!" En vez de lanzar este discurso sencillo y claro, Philippe Martínez cree distinguir el sombrero del patrón detrás de los cascos de los chalecos amarillos y grita "¡Desconfiad!". Es lamentable.
Rechazando comprometerse con la lucha por la bajada de impuestos sobre el carburante, la dirección de la CGT deja ese terreno a la derecha y la extrema derecha, cuyos demagogos profesionales han descubierto en estos últimos días que están contra estos impuestos y lo hacen saber ruidosamente. Felizmente, militantes y estructuras de base de la CGT no han tenido en cuenta las consignas de Philippe Martínez. Se han movilizado con los chalecos amarillos. Se han creado vínculos, se han llevado a cabo acciones comunes. ¡Éste es el camino a seguir!
Por otro lado, ¿cómo piensa la dirección de la CGT arrancarle al gobierno, y a la patronal, el aumento en más de trescientos euros del salario mínimo que reclama? ¿Organizando una nueva "jornada de acción" sin continuidad, pese al fracaso patente de la estrategia de jornadas de acción en estos últimos diez años? Se supone, no se sabe. Por el momento, frente a un movimiento de masas en el que rechaza participar, Martínez exige aumentos de salarios. Punto. ¡Que lo entienda quien pueda!
Lo hemos subrayado a menudo: la estrategia de las "jornadas de acción" sindical es un impasse. Ha llevado a la derrota grandes movimientos sociales en 2010, 2016 y 2017, entre otros. La crisis del capitalismo francés es tan profunda que, en su carrera de contrarreformas, el gobierno Macron no retrocederá frente a jornadas de acción, por masivas que estas sean. Y por lo tanto, en este momento, para que nuestra clase obtenga una victoria seria, será necesario el desarrollo de un movimiento de huelgas prorrogables [3] en un número creciente de sectores económicos.
Esto es precisamente lo que la burguesía y su gobierno temen: que el movimiento de los chalecos amarillos juegue el papel de detonador de un movimiento de huelgas prorrogables. Este es el momento que ha elegido Philippe Martínez para declarar: "¡Sin mí! No me manifestaré al lado del FN". Esto es absurdo. Lo que el movimiento de los chalecos amarillos demuestra muy claramente es la exasperación y la combatividad crecientes de ampliar capas de trabajadores. En consecuencia, en vez de disertar en el vacío sobre el FN y los trabajadores, la dirección de la CGT debería hacer todo por apoyar este movimiento y apoyarse en su impulso para poner en el orden del día una ofensiva general de la clase obrera contra toda la política reaccionaria del gobierno. Para empezar, la dirección de la CGT debería llamar a participar masivamente en la manifestación de los chalecos amarillos prevista en París el próximo 24 de noviembre. Entonces, los Wauquiez [4], Le Pen y otros demagogos burgueses no tardarían en desertar del movimiento, es decir, en dejar caer su máscara.
[1] En época de Lenin, antes de los horrores del nazismo y el estalinismo, el término "dictatorial" no tenía en absoluto la resonancia que tiene hoy en día. Lenin designa como "medidas dictatoriales" simplemente las medidas económicas y políticas mediante las cuales los trabajadores imponen su voluntad a la burguesía, exactamente como la burguesía bajo el capitalismo impone su voluntad a los trabajadores. En este sentido, la "dictadura del proletariado" no es otra cosa que la democracia obrera, el poder de los trabajadores, una vez que han derribado la "dictadura del capital"
[2] Lenin, Balance de la discusión sobre la autodeterminación, en Obras escogidas, Moscú, Editorial Progreso, 1973. Énfasis en el original.
[3] La huelga prorrogable es una huelga convocada por tiempo definido pero con la posibilidad de continuarla en caso de no llegar a un acuerdo. Es un método habitual del movimiento obrero francés. [Nota de LdC]
[4] Laurent Wauquiez, presidente de Les Républicains, nueva denominación de la derecha tradicional gaullista [Nota de LdC]