Europa sin Estados Unidos: un camino oscuro por delante Share TweetAntes incluso de que Trump hubiera sido confirmado como el 47º presidente de los Estados Unidos de América, un grupo de expertos europeo había declarado que se está produciendo “la mayor crisis en las relaciones transatlánticas desde Suez”. Un burócrata de la UE se hizo eco del mismo sentimiento: “¿Queda relación alguna entre la UE y EEUU?”. El pánico recorre los pasillos del poder en Europa.No es difícil ver por qué. Trump ha amenazado con imponer aranceles del 20% a todas las importaciones europeas; ha prometido un acuerdo con Putin para poner fin a la guerra de Ucrania; ha amenazado con anexionar Groenlandia de Dinamarca, país miembro de la OTAN; y ha exigido a los miembros europeos de la OTAN que eleven su gasto en defensa al 5% del PIB o, de lo contrario, verán cómo Estados Unidos abandona la alianza militar. También cabe destacar que la única representante europea que recibió una invitación a su ceremonia de investidura fue la italiana Georgia Meloni, aunque muchos líderes de los llamados partidos de “extrema derecha” y euroescépticos asistieron por invitación especial.Todo esto se deriva de la estrategia de Trump, que representa una ruptura con la política del imperialismo estadounidense desde la posguerra. El problema es que la clase capitalista europea ha construido toda su fortuna sobre esta política, a saber: la del imperialismo estadounidense manteniendo, a cualquier precio, su estatus de superpotencia económica y militar mundial que todo lo domina, el árbitro supremo de lo que hoy se llama “el orden mundial basado en reglas”.Todos los presidentes estadounidenses desde la caída de la Unión Soviética han intentado, hasta ahora, mantener el pleno dominio de EEUU en el mundo. Pero eso choca cada vez más con hechos materiales obstinados. Trump insiste en que no pueden seguir ignorando estos sin poner en peligro los intereses imperialistas estadounidenses.Dado que la industria manufacturera estadounidense se enfrenta a una competencia cada vez más dura por parte de rivales emergentes, Trump pretende cerrar la puerta en las narices a todos los que se acerquen al mercado estadounidense. Y cuando dice “América primero”, no quiere decir “América y sus aliados primero”. Quiere decir exactamente lo que dice. Eso significa aranceles no solo sobre los productos chinos, sino también sobre los productos europeos.El capitalismo europeo ya está en un callejón sin salida. Una guerra arancelaria agravará aún más sus males, no solo porque dificultará la entrada de la UE en su mercado de exportación más grande, sino porque obligará a China a buscar otros mercados, incluido el europeo, para volcar sus propios excedentes.Pero ese es solo el principio del problema para Europa. La política de Trump no es simplemente de proteccionismo económico, sino de repliegue geopolítico.AtrincheramientoEn la campaña electoral de noviembre, los liberales pregonaron que Trump está “loco”. Nos quieren hacer creer que ellos, en cambio, son “los adultos en la sala”. El descaro de la retórica de Trump, y la aparente extravagancia de sus declaraciones sobre la anexión de partes de los vecinos y aliados de EEUU, puede prestarse a la idea de que, en efecto, está desquiciado.Pero en muchos sentidos, son los liberales los que han perdido el contacto con la realidad, y Trump cuya política representa la evaluación más sobria de las duras realidades a las que se enfrenta el imperialismo estadounidense en el momento actual. La política de los liberales, de ignorar la realidad y tratar de imponer la hegemonía estadounidense en todas partes de una vez, ha llevado a una costosa catástrofe tras otra: en Afganistán, en Siria, en Ucrania. ¿Y para qué? No han detenido ni siquiera ralentizado el declive de EEUU.Trump pretende corregir este desequilibrio y reconocer en los hechos que EEUU, aunque sigue siendo la potencia militar preeminente del mundo, ya no lo domina todo y no pretende seguir imaginándose como tal. Tiene que elegir sus batallas. Eso significa reforzar su poder en aquellas partes del mundo donde tiene intereses realmente vitales y esferas de influencia que defender. Pero también significa reconocer que sus rivales también tienen sus esferas de influencia, por las que sería inútil luchar.Esto tiene una lógica innegable. Pero esto significa varias cosas. Significa que el imperialismo estadounidense debe abandonar la hipócrita pretensión de defender el llamado “orden basado en normas”. No, Trump está admitiendo clara y honestamente que “el poder es lo correcto” (o, para usar su propia frase, “la paz a través de la fuerza”).También significa reafirmar el control estadounidense sobre su “extranjero cercano”: Canadá, México, Panamá y, por supuesto, Groenlandia. El gobierno danés se mostró horrorizado ante los designios de Trump sobre su posesión colonial. Pero dado que tienen apenas 50 soldados destinados allí, poco pueden hacer salvo protestar públicamente… y negociar en privado.Lo que tenemos aquí es un miembro de la OTAN amenazando con invadir a otro miembro de la OTAN. ¿Qué revela esto sobre el futuro de esta supuesta alianza? Trump desea reforzar la presencia estadounidense en zonas que considera de vital importancia estratégica y económica. Groenlandia y el Ártico son algunas de ellas. También la región del Pacífico es otra zona de vital importancia geoestratégica para el capital estadounidense. Pero el pequeño remanso de Europa ya no entra en ese ámbito. El centro de gravedad de la economía mundial se desplazó hace tiempo del Atlántico al Pacífico.La función militar principal de la OTAN, sin embargo, siempre ha estado precisamente en Europa, con un ojo en Rusia (anteriormente la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia) y para asegurar la dominación occidental en Europa. Trump ha sido, de nuevo, bastante sincero al afirmar que la guerra de Ucrania fue provocada por Occidente por la expansión de la OTAN hacia el este. También ha sido claro en que, desde el punto de vista estadounidense, esta guerra es una costosa distracción lejos del centro de los intereses de EEUU. En ambas apreciaciones tiene razón, y ha prometido negociar el fin de la guerra en cuanto entre en el Despacho Oval.Esto ha metido al zorro en el gallinero de las capitales europeas. Los europeos fueron arrastrados a esta guerra por la administración Biden. El fracaso de la guerra y las sanciones que la acompañan han supuesto un golpe para las economías y el prestigio de los europeos sin precedentes recientes. Ahora se les dice que si la guerra ha de continuar, los europeos pueden hacerlo en sus propios términos y a sus expensas, sin la ayuda de EEUU. Se trata de una guerra de la OTAN y, sin embargo, el principal contribuyente militar a la OTAN ha declarado que está fuera.Todo esto plantea un interrogante sobre la futura existencia de la OTAN. Y Trump ha dejado bien claro que no le quitará el sueño. Dado que EEUU aporta el 65% del peso militar a una alianza centrada lejos de su verdadero centro de intereses, le parece, no sin razón, una subvención innecesaria al gasto europeo en defensa. Ha dejado claro que los europeos son unos aprovechados y que, a menos que los miembros de la OTAN aumenten el gasto militar hasta el 5% del PIB, está dispuesto a abandonar la alianza.Su cortejo de los llamados grupos nacionalistas de “extrema derecha” en Europa, por no mencionar los ataques de Elon Musk contra la naturaleza “antidemocrática” del Parlamento Europeo, apuntan a que no solo la OTAN, sino la propia UE, podrían irse al garete por lo que a Trump le importa. Esto estaría en consonancia con su estrategia “America Primero” de no solo impulsar la industria estadounidense, sino de debilitar a los competidores industriales, incluida Europa.A medida que se resquebrajan las relaciones transatlánticas en materia de comercio y defensa, tanto la OTAN como la UE corren el peligro real de desintegrarse por completo en el futuro. Esta fragmentación del continente representaría una catástrofe para las clases dominantes de Europa.Aferrándose a los faldones de EEUUEl capitalismo europeo se ha aferrado a los faldones del imperialismo estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial.En la OTAN, el imperialismo estadounidense proporcionó el paraguas militar bajo el que se reunían las pequeñas naciones imperialistas de Europa. En lo que se convirtió en la UE, les obligó, a menudo en contra de sus propios intereses nacionales mezquinos, a integrarse como un bloque. Y proporcionó el estímulo económico para el renacimiento del capitalismo europeo y, en particular, el alemán, después de que el continente hubiera luchado hasta la extenuación durante la Segunda Guerra Mundial.Cuando Berlín cayó en manos de los Aliados en 1945, el primer instinto de británicos y franceses fue el de naciones vencedoras mezquinas y arruinadas. Comenzaron a robar y saquear Alemania, con la esperanza de acabar definitivamente con el imperialismo alemán, poniendo fin de una vez por todas a Alemania incluso como nación industrial.Las fábricas fueron desmontadas y embaladas para ser montadas de nuevo en Gran Bretaña y Francia. Se extrajeron toneladas de materias primas como reparación, y decenas de miles de prisioneros de guerra alemanes fueron convertidos en trabajadores forzados para ayudar a la reconstrucción británica y francesa.Si se hubiera dejado en manos de Gran Bretaña y Francia, se habría impuesto a Alemania un “Super Versalles”. Pero Estados Unidos intervino para poner fin a sus tejemanejes, que reflejaban las ambiciones enanas de unas potencias ahora de segunda fila.EEUU necesitaba reconstruir una Alemania Occidental poderosa e industrializada como contrapeso a la Unión Soviética en el continente europeo. Necesitaba reconstruir Europa para prevenir la revolución y detener el avance del comunismo. Así pues, financió una política de reconstrucción del capitalismo europeo y obligó a estos pequeños Estados a unirse bajo su propia dominación.Así, a principios de la década de 1950, la política de Estados Unidos hacia Europa se había convertido en una de verter enormes cantidades de ayuda del “Plan Marshall” para la reconstrucción. Se concedieron préstamos baratos y se liquidaron viejas deudas. Fue la presión estadounidense la que obligó a las potencias europeas continentales a unirse en la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, predecesora de la UE.Para disgusto de EEUU, los británicos insistieron en mantenerse al margen, aferrándose a su estúpida idea de que eran una potencia de primer orden con una “relación especial” con Estados Unidos, con quien se engañaban a sí mismos pensando que podían tratar en igualdad de condiciones.Los estadounidenses habrían preferido unir Europa en torno a Gran Bretaña como vector más seguro de sus propios intereses. En lugar de ello, se apoyaron en los franceses, que siguieron con entusiasmo el plan estadounidense, imaginando falsamente que eran ellos, y no los alemanes, quienes estaban destinados a llegar a dominar una nueva Europa integrada. Pero fueron los estadounidenses quienes llevaron la voz cantante e impulsaron el proceso de integración europea desde el principio.Este plan, que pretendía unir a una Europa industrialmente reconstruida como contrapeso a la Unión Soviética, se sustentaba en la alianza militar, la OTAN, formada en 1949, y en la presencia de casi medio millón de tropas estadounidenses, por no hablar de su capacidad nuclear, en el continente. Una vez más, EEUU tuvo que enfrentarse a los empujones de las otrora grandes potencias de Europa para intentar mantener su antiguo estatus. La clase dirigente francesa, por ejemplo, insistió en tener su propio arsenal nuclear independiente, separado del de la OTAN. Les gustaba imaginar que esto les elevaba al nivel de iguales con las grandes superpotencias, lo que claramente no era así.Por supuesto, la UE y sus organizaciones predecesoras no eran meros vehículos de los intereses estadounidenses. Las clases capitalistas europeas siempre tuvieron sus propios intereses y compitieron con el capitalismo estadounidense. El imperialismo estadounidense tenía mucho interés en no permitir que el imperialismo europeo surgiera como un poderoso competidor militar, y siempre hubo límites a su apoyo a la integración europea.La OTAN iba de la mano de los límites al rearme alemán, y durante todo el periodo de posguerra EEUU siempre se mostró receloso ante una política de defensa europea común independiente de la OTAN. De hecho, una vez que los británicos, fieles perritos falderos del imperialismo estadounidense, se unieron a la CEE y luego a la UE, siempre se pudo contar con ellos para bloquear las repetidas iniciativas para formar algo parecido a un ejército europeo.Sin embargo, durante todo un periodo, Europa se benefició de este acuerdo por el que Estados Unidos estrangulaba sus ambiciones militares. Con la ayuda de la OTAN, el gasto militar podía mantenerse relativamente bajo y el dinero ahorrado podía reinvertirse en inversiones.El poderío económico de EEUU fue la base sobre la que este país pudo financiar y dominar económica y militarmente a Europa. Pero todos los factores que incentivaron y permitieron al imperialismo estadounidense apuntalar y cohesionar el capitalismo europeo se han convertido en su opuesto en las últimas décadas.Desde la década de 1990, ha dejado de haber necesidad de “contener” a la Unión Soviética. La OTAN siguió siendo un paraguas útil para impulsar la influencia occidental (es decir, estadounidense) en la antigua esfera de influencia soviética. Pero el impulso para formar la UE en 1993 vino de los propios europeos.Para competir eficazmente en el mercado mundial, tuvieron que agruparse. En un periodo de liberalización del comercio y globalización, la formación del mercado común no encontró objeciones estadounidenses, y la expansión de la UE hacia el este actuó como otra correa de transmisión de la influencia estadounidense en dirección a Rusia.Militarmente, la reducción de la presencia militar estadounidense en Europa tras la Guerra Fría también envió un mensaje claro al capitalismo europeo. No podían confiar indefinidamente en el poderío militar estadounidense. Hicieron varios intentos de unirse militarmente por iniciativa propia… y cada vez se quedaron cortos debido al mosaico irreconciliable de intereses nacionales que componen la UE.Basta con plantearse la pregunta “¿cuál sería el foco central del ejército de la UE?” para ver en qué aprieto coloca a la UE una política de defensa común. Los franceses tienen intereses imperialistas en África Occidental que defender. Los países bálticos y nórdicos se centrarían en la amenaza rusa. Para los irlandeses, está la cuestión de los cables transatlánticos submarinos. Etc.La diminuta escala de la industria europea también supuso barreras económicas a lo que puede lograr militarmente. El proyecto de desarrollo del Eurofighter, por ejemplo, provocó una espiral de costes y retraso tras retraso debido al complicado batiburrillo transnacional de un consorcio implicado en su desarrollo. Compuesto por varias empresas aeroespaciales europeas, cada una manejaba una parte de la cadena de suministro, y todo el proceso se vio asediado por el caos.Pero a pesar de todos estos tropiezos, Europa se ha mantenido unida. Esto se debe en gran parte al hecho de que la clase dominante estadounidense se ha aferrado a la idea de que puede mantener y mantendrá indefinidamente al mundo entero bajo la égida de su propia dominación singular. Cuando la Unión Soviética dejó de bloquear su camino, EEUU parecía ser una fuerza imperialista de alcance mundial aparentemente ilimitado. Se suponía que era el Nuevo Siglo Americano.Pero ese objetivo pronto se tambaleó. El imperialismo estadounidense se vio desbordado. Mientras tanto, el crecimiento del capitalismo en Asia Oriental ha desplazado el centro de los intereses estadounidenses del Atlántico a la región del Pacífico. Europa tiene hoy poca importancia para el capitalismo estadounidense. E incluso si deseara mantener el control que una vez tuvo en todas partes, el imperialismo estadounidense está en relativo declive. Ya no dispone de los recursos de antaño para sufragar los gastos que conlleva su alianza económica y militar con Europa.El cambio radical estaba claro incluso bajo Biden. Los aranceles y las subvenciones que se han aplicado bajo su administración a través de la Ley de Reducción de la Inflación, la Ley CHIPS y otras leyes han tenido precisamente como objetivo la fabricación europea. Trump se limita a reflejar con mayor nitidez estos hechos en sus políticas.Un camino oscuro por delante¿Qué significa ahora todo esto para Europa? Significa que se enfrenta a un futuro en el que se hundirá o nadará en función de sus propios esfuerzos, y las perspectivas no son buenas.La formación de la Unión Europea reflejó la necesidad de agruparse para sobrevivir de pequeñas potencias en declive. Pero no se forjó como entidad política mediante una revolución que despejara las cubiertas de los antagonismos nacionales. La integración europea se ha mantenido unida con el apoyo del imperialismo estadounidense y con la suerte de un prolongado auge económico que perduró durante todo el periodo de posguerra y enmascaró temporalmente los intereses nacionales divergentes de un mosaico de pequeños Estados nación.Esta es la raíz del declive a largo plazo del capitalismo europeo. Estos pequeños Estados nación no tienen los medios para producir monopolios del tamaño y la productividad necesarios para competir con los gigantes estadounidenses y chinos. Al cortar el gas ruso del mercado europeo con el inicio de la guerra de Ucrania, agravaron sus propios males, y una renovada guerra comercial los agravará aún más.El deterioro económico puede provocar el resurgimiento de una nueva crisis de la deuda soberana, solo que esta vez no serán únicamente las naciones europeas más pequeñas y “periféricas” las más afectadas. Más bien, es probable que los Estados miembros centrales, como Francia e Italia, con sus déficits y, sobre todo, deudas crecientes, estén en el ojo del huracán.Ahora que Estados Unidos ya no es el único polo gravitatorio que tira del continente, las naciones europeas van a verse arrastradas en todo tipo de direcciones divergentes.Con el inminente final de la guerra de Ucrania, habrá algunas clases capitalistas nacionales interesadas en restablecer los flujos de petróleo y gas procedentes de Rusia, como Austria y Alemania, y otras muy hostiles, como Polonia, los países bálticos y los escandinavos.Sin EEUU llevando la batuta, es probable que las tensiones estallen cada vez más abiertamente. Y Trump ha dejado claro que, aunque no tiene ningún interés en continuar la guerra de Ucrania, si Europa no quiere enfrentarse a la ira económica de EEUU, será mejor que empiece a comprar más petróleo y gas estadounidenses rápidamente.Con el levantamiento de muros en torno al mercado estadounidense, las distintas naciones europeas también se verán arrastradas en distintas direcciones para encontrar nuevos mercados. Algunos preferirán capitular por completo ante todas y cada una de las exigencias estadounidenses. Para otros, Rusia está esperando, y también China.Ya el año pasado estallaron las diferencias entre los Estados miembros sobre la conveniencia de imponer aranceles a los vehículos eléctricos chinos. Francia, Polonia y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, lideraron la iniciativa. Pero Alemania, Hungría, España y Eslovaquia expresaron públicamente su disconformidad con los planes: Alemania por miedo a las represalias chinas, los demás porque están cortejando la inversión china.Todo esto sin considerar las implicaciones políticas del creciente descontento en Europa, que amenaza con llevar al poder a una serie de partidos de derechas ajenos al establishment tradicional: Le Pen en Francia, AfD en Alemania, FPÖ en Austria, incluso Farage en Gran Bretaña. ¿Qué nuevas variables representarían estos gobiernos una vez que entren en la ecuación?¿Es todo esto inevitable? Hay estrategas en Europa que, lejos de limitarse a lamentar el desprecio de Trump por el “orden basado en normas”, entienden los fríos y duros hechos.Draghi, como hemos comentado en otro lugar, ha elaborado un estudio muy interesante que aboga por una inversión masiva dirigida por el Estado a escala continental. Solo así, explicó, podrá el continente producir una clase de paladines europeos, monopolios masivos, que puedan competir seriamente con sus rivales estadounidenses y chinos.Sin embargo, hay algunos problemas. ¿Adónde iría a parar esta inversión? ¿Serán paladines alemanes o franceses? Cabe suponer que no serán paladines griegos, ni españoles, ni portugueses. Tal inversión plantea una vez más el obstinado problema de los intereses nacionales contrapuestos del capitalismo europeo. Además, tal aumento masivo de la inversión tendría un coste enorme de un 4,5 por ciento adicional del PIB europeo, según las propias cifras de Draghi.También otros, con la vista puesta en la era Trump, han lanzado una advertencia a Europa. Mark Rutte, secretario general de la OTAN, ha dicho a los miembros europeos que deben aumentar el gasto militar al 4% del PIB, el doble del objetivo actual del 2%. Si Europa quiere valerse por sí misma a la hora de defender militarmente sus intereses imperialistas, no tiene otra opción. Esto sigue sin abordar el hecho de que la UE no tiene su propio ejército, ¡y sus ejércitos siguen integrados bajo el mando de EEUU a través de la OTAN!Pero aquí está el problema de la propuesta de Rutte: la clase capitalista europea ya ha recortado el gasto hasta los huesos con una austeridad masiva y, sin embargo, 10 de los 27 Estados miembros siguen registrando déficits superiores al límite del 3% del PIB establecido en el Tratado de Maastricht. Francia tiene un déficit del 6,1%.Para colmo, gente como Draghi y Rutte les dicen que deben aumentar enormemente el gasto público en inversión y gasto militar si quieren que el capitalismo europeo tenga futuro. Para lograrlo, los gobiernos europeos tendrían que aplicar medidas de austeridad con un salvajismo sin precedentes históricos en el continente. De hecho, Rutte explicó precisamente esto en su discurso de diciembre: “Sé que gastar más en defensa significa gastar menos en otras prioridades”, dijo a la prensa y a los políticos que le escuchaban. “Pero es solo un poco menos”.Solo un poco menos de comida, solo un poco menos para el sistema sanitario, un poco menos de calefacción para los pensionistas. Un poco menos, y Europa podría producir una máquina militar de categoría mundial capaz de matar y mutilar para la clase multimillonaria europea.Sin embargo, el gobierno de Francia se derrumbó tras un intento fallido en otoño de aprobar un paquete de austeridad que habría reducido el déficit simplemente del 6,1% al 5,4% del PIB.Hasta ahora, las clases dominantes se han resistido a llevar a cabo nada que se acerque siquiera a las medidas que serían necesarias para dar al capitalismo europeo un futuro en el mundo salvaje que se avecina. Y eso es porque saben lo que significaría hacerlo: malestar social, agitación política, incluso revolución. Sin embargo, es posible que en el futuro se vean obligados a llevar a cabo tales políticas, con todo el riesgo que ello conlleva. Porque la alternativa es realmente sombría para el capitalismo europeo. Promete traer un declive acelerado. El fin de la OTAN es totalmente posible, y también lo es la completa fractura del continente y el colapso de la UE.Al final, el continente acabará en el mismo sitio. Los acontecimientos están sentando las bases para la revolución europea.