Finalmente, después de casi 5 meses desde las elecciones autonómicas, Cataluña vuelve a tener president de la Generalitat. La voluntad del régimen del 78 de vetar a Puigdemont y de investir un candidato sin problemas judiciales se ha acabado imponiendo, después de 4 investiduras fallidas y más presos políticos. La furiosa oleada represiva del Estado para parar el independentismo ha llevado a la suspensión de la autonomía, ha golpeado la libertad de expresión y ha hecho disminuir los derechos democráticos más fundamentales. Nunca ha quedado tan claro el carácter neofranquista y autoritario del Estado español, heredero directo de la dictadura. La represión también se ha trasladado al plan internacional, con el intento de implicar Escocia, Bélgica, Suiza y Alemania en los casos contra políticos independentistas.
Quim Torra, nuevo president
El veto del Estado a la elección de Puigdemont como nuevo president, candidato que disponía del mandato democrático necesario, muestre por una parte la determinación feroz del régimen en poner freno al movimiento republicano a toda costa, y por otra parte su hipocresía al denunciar al independentismo, que quiso ejercer su derecho democrático de autodeterminación, como si fuese un “golpe de Estado” y defender sus acciones represivas como si fuese una “lucha por la democracia”. Efectivamente, en su batalla contra el republicanismo catalán, el Estado ha violado su propia legalidad (por muy limitada que sea), con acusaciones delirantes y distorsiones descaradas, como el desdichado “delito de rebelión”.
En este contexto de chantaje e intimidación, Puigdemont decidió aplicar el “plan D” y proponer a Quim Torra como candidato a la presidencia. Inicialmente, todo apuntaba a que Elsa Artadi se convertiría en la candidata, pero al final Puigdemont se decantó por Torra, uno de sus aliados más próximos y una persona que en principio es poco conocida y con poca experiencia política. El nuevo president ha estado vinculado con asociaciones nacionalistas catalanas desde 2011, formando parte del consejo permanente de la Assemblea Nacional Catalana y presidiendo de manera interina el Òmnium Cultural el 2015. Es un representante fiel de la pequeña burguesía nacionalista. Nacido en el pueblo de Blanes, con educación jesuita, y de ideología neo-liberal y católica. Torra ejerció como alto ejecutivo de la empresa de aseguradoras Axa en Suiza hasta su despido en 2006. Fue entonces cuando volvió a Cataluña y empezó a radicalizarse, labrándose un nombre en el mundo editorial y periodístico más nacionalista. Ha escrito artículos y tuits xenófobos contra “los españoles”, refiriéndose a los unionistas como “bestias” y “sapos”. Ha mostrado su apoyo y admiración a organizaciones históricas como Nosaltres Sols, Bandera Negra y Estat Català, organizaciones todas con sectores filo-fascistas, y ha reivindicado el papel “ejemplar” de personajes como los hermanos Badia, organizadores en los años 30 de los “pelotones” filo-fascistas y desde la Secretaria d'Ordre Públic de la Generalitat colaboradores del pistolerismo anti-sindical.
Se debe denunciar la campaña hipócrita de los partidos del régimen del 78, que están utilizando la figura de Torra para desacreditar al independentismo y para reforzar el nacionalismo español. El bloque del 155 está lleno de elementos reaccionarios iguales o peores que Torra, como Albiol con su programa de “limpieza” de Badalona; o Ciudadanos, que tuvieron que expulsar uno de sus coordinadores juveniles por sus comentarios racistas; o un concejal del PP en Valencia que tuvo que dimitir por unos comentarios xenófobos. Si al régimen realmente le preocupase el racismo y la xenofobia, que desmonten el muro y las verjas con hilos de hierro con púas y cuchillos en Ceuta y Melilla o que se niegan a firmar el acuerdo europeo con el dictador Erdogan para contener la alud de refugiados de Siria! Su hipocresía y demagogia es vergonzosa y muestra la descomposición moral e intelectual del PP, Ciudadanos (y PSOE), y del régimen en general. Los representantes del régimen del 78 no tienen ninguna autoridad ni moral ni política para reprocharle absolutamente nada a Quim Torra.
Así mismo el activismo de izquierdas y el republicanismo honesto, y de hecho todos los demócratas consecuentes, nos debemos oponer a este personaje. Por una parte, cualquier president que no sea Puigdemont significa en la práctica capitular ante el chantaje del régimen del 78. 'Es una mala señal que Torra sea el cuarto candidato que se propone después del rechazo del Estado a Puigdemont, Sánchez y Turull! A pesar de sus palabras radicales, la investidura de Torra representa una claudicación en toda regla ante Madrid. El aplazamiento de la visita a los presos y la petición de un diálogo “sin condiciones” muestran la rampa escurridiza de claudicaciones en la que se ha metido Torra. Estamos presenciando un retorno al autonomismo descafeinado. En efecto, dentro del marco del Estado español, ya nunca se logrará el grado de autonomía de que gozaba Cataluña antes de los hechos del pasado otoño. El 155 no ha pasado en balde. A pesar de la retórica de JxCat y ERC de “recuperar las instituciones”, la involución autoritaria tendrá efectos permanentes -el régimen no puede permitir que se repita una situación similar a la que hemos vividos durante los últimos meses. La decisión de Rajoy de mantener la intervención de las finanzas catalanas es un síntoma de ello.
Por otra parte, la ideología social y económica de Torra no dista mucho de la de Ciudadanos o del PP. Es el representante de un independentismo xenófobo y rancio. El carácter chovinista de Torra dificulta la tarea esencial de ampliar la base del movimiento por la república, ayudando a alejar a los trabajadores castellanohablantes, como bien señaló Carles Riera.
La CUP y las tareas de la izquierda independentista
La abstención de la CUP, que indirectamente ha permitido la investidura de Quim Torra, ha recibido diversas críticas, muchas de ellas correctas. Sin duda, fue un paso muy difícil y desagradable, ya que por una parte esta investidura prepara un retorno al autonomismo; y por la otra están las características individuales chovinistas de Quim Torra, que no solo son contrarias a los principios de la izquierda sino también un obstáculo para ampliar la base social del republicanismo. Es significativo que fuesen los núcleos de la CUP más arraigados en los barrios obreros los que encabezasen la oposición a Torra, mientras que las zonas más pequeñoburguesas se decantaron por la abstención (en Barcelona, por ejemplo, Nou Barris, Sants, Poble Nou o Raval contra Sarrià o los Eixamples).
Es positivo que no surgiese ningún corriente importante pidiendo un voto a favor de Quim Torra o la participación en ningún tipo de alianza con JxCat y ERC, como pedía Poble Lliure. Esta polarización en líneas de clase dentro de la CUP refleja una clarificación política, y un reforzamiento de los sectores que ligan inseparablemente la liberación nacional con la liberación social. La estrategia de la CUP con el próximo período debe basarse en la intransigencia y en la crítica implacable a JxCat y ERC tanto en el frente social como en el de la lucha por los derechos democrático-nacionales.
Al mismo tiempo un voto en negativo de la CUP a la investidura la habría hecho posicionarse indirectamente en el mismo campo que Ciudadanos, PP y PSC, y hubiese dado una cobertura de izquierdas adicional al frente unionista reaccionario. Como subrayó Vidal Aragonés, Cataluña atraviesa condiciones de absoluta excepcionalidad, con una suspensión de facto de la autonomía y de los derechos democráticos básicos, donde el principal enemigo a batir es el bloque del 155.
En este sentido, los reproches de los Comuns contra la CUP y la agresividad que han mostrado contra Torra están fuera de lugar, porque sirviesen como barniz de izquierdas por la ofensiva reaccionaria del Estado contra Cataluña. Solo debe verse como el PP y Ciudadanos han hecho resonancia hipócritamente de los argumentos de los Comuns. De hecho, da la impresión que la histeria con la cual atacan a Quim Torra refleja su mala fe, habiendo dado la espalda a la maravillosa insurrección popular del 1-O, habiendo evitado aprovechar el potencial del 2015 donde el voto por la autodeterminación y por los derechos sociales se solapó con Podemos y sus confluencias, y habiendo dejado un vacío político que nacionalistas pequeñoburgueses como Quim Torra han podido llenar. Se dedican a criticar al adversario pequeño, a los nacionalistas pequeñoburgueses catalanes, porque son incapaces de plantarle cara al adversario grande, el Estado burgués español y su nacionalismo reaccionario.
Los Comuns han reprochado que la CUP supuestamente ponga la independencia por encima de los derechos sociales, presentándose como los verdaderos defensores del proletariado catalán. Este argumento es doblemente falso, porque ignora las posiciones reales de la CUP y su programa del 21D, que ligaba la defensa de la república a los derechos sociales, y, sobretodo, porque la total capitulación de los Comuns ante el régimen del 78 sobre el derecho a la autodeterminación, y en general sobre el recorte de derechos democráticos de los últimos meses, prepara el terreno para capitulaciones en cuestiones sociales y económicas. Las luchas democráticas y las luchas sociales y económicas no se pueden aislar, de la misma manera que el Estado niega el derecho a la autodeterminación, censura y encarcela es el mismo que ataca las condiciones laborales, que recorta en sanidad y educación, que pone las arcas públicas a disposición de empresarios corruptos, y que gobierna de manera fiel al servicio de los grandes capitalistas.
Los hechos de los últimos meses preparan el terreno para la desmoralización dentro de la base social de JxCat y, sobretodo, de ERC. Será un período con un gran potencial para el desarrollo de la CUP entre estos elementos decepcionados por la cobardía de sus partidos. Pero estos sectores necesitan tiempo y experiencia para extraer las lecciones necesarias. La demagogia utilizada por los dirigentes de JxCat y ERC alrededor de los presos y los exiliados para esconder sus capitulaciones ha generado confusión y ha tenido una cierta resonancia entre parte de su base social. Se debe escampar el polvo y los artífices de este retorno al autonomismo deben de comprometerse en la práctica para permitir un avance en la conciencia de las masas republicanas que las acerque a la CUP.
La tarea ahora es hacer una oposición implacable, ayudando a la base social de JxCat y ERC a entender que sus dirigentes son absolutamente incapaces de lograr la república. Debe terminarse cualquier elemento de seguidismo en el bloque nacionalista. Por eso, los comentarios de la compañera María Sirvent en la conferencia de Cervera, donde se comprometió a “asumir responsabilidades de gobierno si es para hacer república”, no nos parecen acertadas. Como bien dicen los compañeros de Endavant, “a partir de ahora, cualquier gobierno autonómico que se constituya actuará bajo los parámetros de gestionar el estrecho margen existente entre el Estatut d'Autonomia y la intervención del Estado. La opción de construir ruptura desde las instituciones terminó, si es que nunca llegó a existir”. Debemos explicar pacientemente que en el Estado español el derecho a la autodeterminación es una tarea revolucionaria que los dirigentes de JxCat y ERC, de carácter miedica y conciliador, no pueden llevar a cabo, y que la vía para construir república no puede ser la de las instituciones burguesas. Sobre la base de una oposición sólida podemos convencer a las masas republicanas, en la medida que sus dirigentes se vayan comprometiendo cada vez más.
Igualmente, la batalla que se le presenta a la CUP tiene dos frentes. Mientras debemos de ganar a las bases independentistas, presentándonos como el único partido que lucha por la autodeterminación de manera consecuente, a la vez que debemos de ampliar la base social de la república con un programa audaz de derechos sociales. Los derechos de la dignidad de las elecciones del 21D son un buen pliegue para vertebrar esta agitación. Es posible ligar las dos batallas explicando que en el Estado que aplasta los derechos nacionales de Cataluña es el mismo que recorta, que desahucia, que ataca las condiciones de los trabajadores, que rescata los bancos y las autopistas, que se hace el ciego ante la violencia machista y la violación, que reprime el activismo social y sindical. Solo derribando el régimen del 78 podremos avanzar social y democráticamente. Nuestra militancia puede abanderar estas consignas en cada puesto de trabajo, en cada facultad, en cada vaga, en cada barrio, y ganarnos la vanguardia de la clase obrera y la juventud para aumentar nuestra voz y nuestro músculo social.
Al mismo tiempo, como bien decía Carles Riera en su intervención en la investidura, un sector muy amplio de la clase trabajadora catalana tiene sentimientos nacionales españoles. Para conquistarlos no solo debe hacerse agitación sobre cuestiones sociales, sino también dar al republicanismo un carácter internacionalista y abierto, contrario al chovinismo encarnado por Quim Torra. El internacionalismo no puede ser solo retórico, debe de reflejar estrechamente los vínculos con la izquierda y las luchas sociales y sindicales de todo el Estado. Esto nos haría ganar aliados en la otra parte del Ebro para socavar el régimen desde dentro. Una alianza más fuerte con la clase obrera y la juventud combativa del resto del Estado puede ayudar a edificar un frente único contra el régimen del 78 cada vez más débil e impopular. La responsabilidad de que este frente único aún no se haya materializado corresponde sobre todo a Unidos Podemos y a su pasividad criminal. Pero esto no es razón para que la CUP se repliegue en los Països Catalans; todo lo contrario, debemos de tomar la iniciativa y esforzarnos más para conectar con la lucha de clases de toda la península. Debemos unir la batalla por el derecho a la autodeterminación con el movimiento feminista, de los pensionistas, los huelguistas de Amazon y Deliveroo, las Kellys, el movimiento contra la censura... Pero aún más importante es que una línea internacionalista activa daría un mensaje a los sectores de la clase obrera de Cataluña que se sienten españoles que la CUP busca relaciones estrechas y fraternales con el resto de pueblos del Estado y que rechaza el nacionalismo estrecho e identitario.
La construcción de un baluarte revolucionario
No podemos caer en los cantos de sirena de Quim Torra sobre el supuesto proceso constituyente catalán. Aunque Quim Torra desee realmente elaborar una constitución republicana, esos proyectos acabarán inevitablemente en agua de borrajas por la falta absoluta de cualquier estrategia y de ningún espíritu de lucha. En la práctica, estas maniobras solo buscaran sacar presión, continuar controlando los sectores más radicales del independentismo y de dar la ilusión que el nuevo gobierno hará alguna cosa para implementar el mandato del 1-O. Estas propuestas grandilocuentes deben rechazarse de raíz y explicar lo que se esconde detrás de ellas.
En lugar de esto, el republicanismo combativo, con la CUP en la cabeza, debe iniciar una estrategia para edificar un baluarte revolucionario independiente de la Generalitat y de las direcciones de JxCat y de ERC y sus alguaciles de la ANC y Òmnium. Como se dijo desde la CUP las últimas semanas, y como han dicho claramente los camaradas de Endavant en el documental Què fer en la nova etapa política al Principat?, “la alternativa política solo es posible generarla desde la movilización popular y la auto-organización política fuera de las instituciones y contra la lógica de estas”. La semilla para esto nos parece que son los CDR, los órganos más combativos y democráticos del movimiento, con una merecida autoridad política obtenida en el rescoldo de la lucha. Es cierto que las últimas semanas los CDR han perdido parte de su peso en un ambiente de relativa confusión y desmoralización pero aun así, ya han entrado en la conciencia colectiva y los hechos de los últimos meses no han pasado en vano. Con una orientación clara y una estrategia convincente, y ante el descrédito del procesismo, los CDR podrían revivir rápidamente.
La tarea de la militancia de la CUP y de la Izquierda Independentista, que en muchos lugares ha jugado un papel esencial edificando los comités, es armarlos con una estrategia a la altura del momento. Es decir no solo dinamizar los CDR, sino también construir sobre ellos la hegemonía. Esto pasa, a nuestro juicio, por la centralización de los CDR mediante una conferencia nacional, donde los delegados elegidos en cada comité puedan discutir sobre la coyuntura, establecer una hoja de ruta clara y elegir un órgano de dirección. A una conferencia de este tipo la CUP debería de defender sus propias tesis de manera firme. Una estructura más sólida y un plan de lucha pueden reforzar el movimiento, convertirlo en el baluarte revolucionario que necesitamos para triunfar, y poder llegar pacientemente a los sectores republicanos que se han quedado políticamente huérfanos y a la mayoría social explotada que puede ser ganada para la república ligándola a sus derechos sociales.