La dimisión de Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE, tras el golpe palaciego organizado por el ala más derechista del partido, coloca al partido socialista en la crisis más grave desde 1979, cuando Felipe González impuso el abandono del marxismo del ideario del partido. Pero entonces, el grueso del aparato estaba firmemente unido y los militantes y votantes mantenían, pese a todo, altas expectativas en el futuro del PSOE. Hoy, en cambio, el aparato está seriamente fracturado, el partido tiene una base militante mucho más reducida y el menor apoyo social de toda su historia, y las capas más vibrantes y honestas que permanecen de su militancia y electorado han percibido este golpe como una traición y un apoyo a la investidura del gobierno de Rajoy. Unidos Podemos debe sacar las conclusiones correctas de todo esto.
Esta situación abierta en el PSOE no tiene que ver solamente con rivalidades personales por el poder, es un efecto de la crisis de régimen que vivimos en el Estado español desde el estallido de la crisis de 2009, con su brutal política de ataques sociales y las enormes protestas populares a que dio lugar en los años posteriores. El PSOE quedó descreditado en amplias capas de la clase trabajadora y de la clase media, como cómplice y coautor de estas políticas. Apareció como el garante de un régimen desacreditado, no sólo para el sector de izquierdas más avanzado, sino para una capa sustancial de su militancia y electorado que, con la aparición de PODEMOS, le dio definitivamente la espalda, perdiendo la mitad de los votantes que tenía hace 8 años.
En definitiva, la situación actual del PSOE expresa la crisis del reformismo socialdemócrata en la época actual de crisis y declive capitalista. No hay margen para una política de gestión del capitalismo, con concesiones a la clase obrera y demás sectores populares. La única política posible es de ataques. Eso deja al PSOE realmente sin un espacio político diferenciado de la derecha.
Ascenso y ocaso de Pedro Sánchez
Pedro Sánchez fue aupado a la secretaría general tras el fiasco de las elecciones europeas de mayo de 2014, que precipitó la dimisión del anterior secretario general, Rubalcaba. Fue un candidato de consenso elegido por el núcleo central del aparato, que veía en Pedro Sánchez un hombre gris, joven y desvinculado del descrédito de la anterior dirección. Su papel era hacer de transición hasta el momento de elegir a la verdadera candidata del aparato, la presidenta andaluza Susana Díaz, que goza de la máxima confianza de Felipe González y del ala más estrechamente vinculada a la clase dominante. Precisamente, se atribuye a la propia Susana Díaz una frase pronunciada entonces: “Sánchez no vale, pero nos vale”.
Sin embargo, Sánchez desarrolló sus propios intereses personales, y desde su posición recién conquistada como secretario general del partido mantuvo un discurso a la izquierda de la dirección anterior, para competir con Podemos. Se suponía que su papel debía agotarse y dar paso a Díaz tras el fracaso en las elecciones del 20D, cuando el PSOE cosechó el peor resultado de su historia hasta entonces, y el núcleo duro del aparato había apostado por facilitar un gobierno del PP, con el PSOE haciendo de oposición leal.
Fue entonces cuando Pedro Sánchez desairó a la mayoría del Comité Federal y al sector “felipista”, al negarse a facilitar el gobierno del PP, y trató a la desesperada de buscar un gobierno alternativo con Ciudadanos, que estaba condenado al fracaso. Para Ciudadanos se trataba sólo de una maniobra para forzar un cambio de candidato a presidente de gobierno en el PP, pero Sánchez se lo tomó en serio. Aparte de sus ambiciones personales por permanecer al mando del PSOE y de aspirar a la presidencia del gobierno, Pedro Sánchez encarnaba los intereses de un sector del aparato que temía un proceso de Pasokización del PSOE. Temían que si el PSOE aparecía facilitando un gobierno del PP, se aceleraría su declive y la pérdida de prebendas y posiciones, al ser superado por PODEMOS.
No es casual que los mayores apoyos para Pedro Sánchez en la crisis actual hayan procedido de Euskadi, Catalunya, Galicia o Baleares donde el “sorpasso” de Podemos y sus confluencias ya se ha producido.
El fracaso de su iniciativa con Ciudadanos abocó a unas indeseadas segundas elecciones para el sector mayoritario del aparato. Tras el nuevo fracaso y el empeoramiento de los resultados del PSOE en las elecciones del 26J, los oponentes a Sánchez en el aparato incrementaron su presión para forzar la abstención del PSOE en la investidura de Rajoy con la intención de proceder luego a la decapitación del mismo Pedro.
El desafío
Dirigentes regionales como Sánchez-Vara de Extremadura, y García-Page de Castilla-La Mancha, entre otros, plantearon abiertamente que el PSOE debía abstenerse y facilitar la investidura de Rajoy. Sin embargo, Sánchez se mantuvo firme y conectó con el sentimiento de una amplia base del partido contraria a favorecer la investidura de un gobierno del PP. La situación de empantanamiento llegó a su punto álgido hace una semana, con el fracaso del PSOE en las elecciones vascas y gallegas –donde fue superado por PODEMOS y sus confluencias. Sánchez fue asediado por tierra, mar y aire por el ala más derechista del partido, mayoritaria en el Comité Federal, y por las columnas de la prensa burguesa, que exigían a viva voz su dimisión. Fue entonces cuando lanzó un órdago a este sector del partido sugiriendo en una rueda de prensa que, como dirigente de un partido “de izquierdas”, trataría de formar un “gobierno alternativo” con apoyo de Unidos Podemos y los nacionalistas catalanes. También anunció la convocatoria de un Comité Federal extraordinario para el sábado (el pasado 1 de octubre), para someter esta cuestión a su aprobación, así como la celebración de elecciones primarias el 23 de octubre para elegir al secretario general del partido, y de un congreso extraordinario para noviembre o diciembre para elegir una dirección afín a sus políticas. También retó a sus oponentes en el partido a que declararan abiertamente si estaban a favor de la investidura de un gobierno de la “derecha” o de un gobierno “de izquierdas”.
Esto fue una declaración de guerra en toda regla a sus oponentes, que fueron pillados totalmente por sorpresa. Este movimiento audaz de Sánchez conectó inmediatamente con una amplísima base del partido, entre la militancia y sobre todo en sus votantes, y con una parte del aparato en muchas regiones y ciudades, haciendo que esa presión alcanzara incluso a los miembros del máximo órgano de dirección del partido, el Comité Federal. Esto hizo que el sector felipista entrara en pánico y perdiera incluso la confianza cierta de poder derrotar a Sánchez en la reunión de este órgano el sábado 1 de octubre. Por eso recurrieron a la maniobra zafia y grotesca de dar un golpe de mano, haciendo dimitir a sus partidarios en la ejecutiva del partido, la mitad de sus miembros, a fin de forzar la dimisión de Sánchez y su equipo, declarando que ya no reconocían a Pedro Sánchez como secretario general “legítimo”. Esto fue acompañado de una campaña viciosa de ataques e insultos personales contra Sánchez en la prensa burguesa, particularmente en El País.
La derrota de Sánchez
Inicialmente, el llamado “sector crítico”, el ala más derechista y proburguesa de Felipe y Susana Díaz, amagó con boicotear la reunión del Comité Federal del sábado pasado, lo que hubiera conducido a la escisión “de facto” del PSOE. Pero tras asegurarse la lealtad de la mayoría de los miembros de dicho órgano, acudió a la misma. El resto de la historia ya es conocido. Tras 11 horas de reproches, gritos, insultos, aplazamientos, e incluso forcejeos, sin haber dedicado un solo minuto al debate político, el ala de Felipe-Susana se impuso en la votación de la moción de censura a Sánchez, lo que produjo la dimisión de éste y la elección de una comisión gestora en sustitución de la anterior ejecutiva. Se consumó así la victoria de la derecha del partido.
¿Qué pretendía Pedro Sánchez?
Está claro que la verdadera pretensión de Sánchez y su equipo no era buscar un “gobierno alternativo” con Unidos Podemos. No hace falta ser muy listo para ver que mientras el grueso del aparato del partido y del grupo parlamentario socialista fueran acérrimos anticomunistas y anti-Unidos Podemos, ese gobierno carecería de cualquier base de sustentación. Aparte, Sánchez tampoco había emplazado abiertamente a Unidos Podemos en ningún momento a iniciar negociaciones con vistas al objetivo de formar un gobierno conjunto. El hecho de que dentro del equipo de Sánchez haya reconocidos derechistas proburgueses como Jordi Sevilla o Rafael Simancas; o burócratas de toda la vida, como Patxi López, dan a pensar que lo que Sánchez y su sector buscaban realmente eran unas terceras elecciones que condujeran a una abstención elevada de las bases de Unidos Podemos y a un reagrupamiento del voto de la izquierda en torno al PSOE, que habría aparecido como el campeón de la oposición a Rajoy durante la campaña electoral. De esa manera esperaban obtener el espejismo artificial de un PSOE recuperado en porcentajes de votos y en número de diputados, superiores a los conseguidos en las pasadas elecciones del 26J y del 20D, aun con una abstención mayor e incluso con un número de votos menor.
El problema para Sánchez y su sector era que la clase dominante y la derecha de su partido tenían otros planes y otra visión de las cosas. Unas nuevas elecciones podrían desacreditar al “sistema”, como declaró Felipe González. El cansancio y hartazgo de amplias franjas de la población y de la clase trabajadora con el circo electoral, con una abstención masiva, aun otorgando una mayoría absoluta a PP-Ciudadanos, podría hacer que el gobierno resultante careciera de un apoyo y una autoridad social suficientes. Las masas trabajadoras, viendo bloqueado cualquier cambio real a través del voto, con un gobierno desacreditado por la corrupción y sus políticas de ajuste, podrían pasar muy rápidamente a la acción directa a través de la movilización social, exponiendo las endebles bases de apoyo de la derecha en la calle. Lo que la burguesía necesita es, si no un gobierno fuerte, al menos la apariencia de un gobierno fuerte, con una amplia base de apoyo parlamentaria para sus políticas fundamentales, que no son otras que garantizar el ajuste de más de 15.000 millones en el gasto público en los próximos dos años y mantener la precariedad laboral que garantice la competitividad de las empresas españolas en un contexto de estancamiento económico global.
¿Qué hará ahora el PSOE?
Ahora, la Comisión Gestora del PSOE ha anunciado la convocatoria de un Comité Federal para dentro de un par de semanas para tomar posición sobre la investidura de Rajoy. Aunque miembros de ambos sectores, como Miquel Iceta o Ximo Puig, balbucean con que se mantiene el No a Rajoy, es difícil que esto se sostenga. El ala felipista no ha llegado hasta aquí para dejar el trabajo a medias. Son insensibles con las aspiraciones e intereses de las bases del partido, y su compromiso está con lo que disponga la clase dominante.
Incluso, desde el punto de vista de los intereses de aparato del partido, unas terceras elecciones serían ahora un desastre mayor que si se hubieran planteado hace una semana. El partido aparece completamente dividido y debilitado ante la población. La percepción ante la base militante y de votantes del PSOE es que se ha producido un golpe de la derecha para impedir un gobierno alternativo de izquierdas ¿Alguien puede tomar en serio a un partido viendo a Susana Díaz decir una cosa en un mitin en Sevilla, y a Pedro Sánchez e Iceta decir otra cosa en un mitin en Barcelona? Unidos Podemos tomaría ventaja de los últimos desarrollos habidos para desacreditar cualquier pretensión del PSOE de aparecer como alternativa de “izquierdas” al PP, señalando a los dos sectores en su interior tirando en direcciones opuestas. La posibilidad del “sorpasso”, aun con el cansancio y el hartazgo acumulado, podría esta vez sí ser una posibilidad muy real. En estas circunstancias, Pedro Sánchez podría culpar a Díaz y a sus partidarios del desastre, y fortalecer su posición ante la militancia para reclamar el puesto del que fue destronado. Por tanto, la nueva dirección del PSOE hará todo lo que esté en su mano para impedir unas terceras elecciones; esto es, no le queda otra opción que facilitar la investidura de un nuevo gobierno del PP. Su consuelo es que al cabo de un par de años las aguas volverán su cauce, que todo el mundo olvidará lo sucedido y que ya comenzarán a remontar.
Está claro que el actual sector mayoritario del PSOE ha quedado desacreditado entre amplias franjas de sus votantes y militantes, como se vio en los cientos de militantes airados a las puertas de Ferraz, en Valencia y en otras partes. De ahí las cautelas de la actual dirección sobre la postura a tomar ante la próxima investidura de Rajoy. Seguramente querrían trasladar a los nacionalistas vascos y catalanes esa amarga tarea, la de proporcionar al menos los 6-7 votos de abstención que necesita Rajoy para ser investido en segunda vuelta. De esa manera, el grupo parlamentario del PSOE podría votar en contra en ambas votaciones y salvar la cara. Es cierto que el PNV ya no se juega nada, una vez tiene prácticamente garantizado el gobierno en Euskadi. Por parte del PDC (exCDC) es un poco más complicado, ya que podría desacreditarse en Catalunya. En cualquier caso, siempre sería posible que algunos diputados enfermaran el día de la votación, real o ficticiamente, para asegurar así las abstenciones necesarias que permitieran la investidura de Rajoy. Incluso, aunque la dirección del PSOE consiguiera con alguna de estas combinaciones que Rajoy saliera investido manteniendo su voto en contra, el daño ya está hecho. El órdago de Pedro Sánchez, y la crisis suscitada alrededor del mismo, ha hecho que Susana Díaz y sus amigos hayan quedado señalados y puestos en evidencia, y perdido autoridad, y pagarán un precio por ello.
Unidos Podemos
Unidos Podemos puede salir muy favorecido de esta situación, a condición de que sus dirigentes saquen las conclusiones correctas de lo sucedido.
De un modo general puede decirse que la clase trabajadora y el voto de izquierdas han quedado escindidos en dos mitades en el último año, con un 50% para Unidos Podemos (UP) y otro 50% para el PSOE. El sector más avanzado políticamente se ha agrupado alrededor de UP, y el sector más conservador y vacilante, en torno al PSOE. Ahora, la crisis del PSOE y el giro a la derecha en el partido, atizados por el órdago de Sánchez, han acelerado la experiencia de este último sector y ha hecho que una capa del mismo haya roto o esté en proceso de romper con la dirección del PSOE y sea proclive a girar hacia UP. Hay que aprovechar este momento.
Esta ruptura puede consolidarse, ya que el PSOE en la oposición tendrá como cometido asegurar el apoyo parlamentario para las políticas de ajuste elementales del próximo gobierno PP-C’s y aprobar sus presupuestos, y estará sometido permanentemente al chantaje de ser responsable de precipitar la caída del gobierno de Rajo si le retira ese apoyo, y a la amenaza de nuevas elecciones anticipadas. De manera que UP tendrá ante sí un amplio campo de agitación para exponer la inconsistencia del PSOE como oposición de izquierdas a la derecha.
Por otro lado, el cierre de la etapa electoral es una condición necesaria para el reagrupamiento de la indignación popular. Es necesario que se asiente todo el polvo y se ponga fin al torbellino electoral, que se termine con la sensación paralizante de provisionalidad e incertidumbre generada por la falta de un gobierno que muestre un carácter definido. La clase obrera tiene que observar con perfiles claros y nítidos dónde está el enemigo al que debe atacar. Una vez conseguido esto, el reinicio de la movilización social será un hecho, a un nivel más potente y sólido conforme queden expuestas las falsedades de las promesas electorales y la ausencia de cualquier cambio significativo en la situación. Unidos Podemos debe aparecer como el campeón en la oposición a la derecha y estar a la cabeza de todas las movilizaciones sociales, incorporando a sus filas a los nuevos luchadores y activistas sociales y obreros que surgirán en este proceso.
Girar a la izquierda
Hay otro aspecto a abordar para encarar con éxito la tarea de agrupar a la base descontenta del PSOE, y al millón que perdimos el 26J. En las semanas precedentes vimos desarrollarse el inicio de un debate ideológico y político en Podemos, entre los sectores representados por los compañeros Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Pablo Iglesias declaró que la causa de la pérdida del millón de votantes el 26J fue que “no parecíamos sinceros”, en lo referido a la moderación del discurso y a las alabanzas a Zapatero y a la socialdemocracia, expresando la necesidad de un giro a la izquierda. Sobra decir que en este debate nuestras simpatías políticas están con Iglesias, frente a las tesis del compañero Errejón de “no asustar” con posiciones “izquierdistas”.
Y aquí está el peligro. El hecho de que ante la dirección de PODEMOS aparezca de manera inesperada la posibilidad de alcanzar a esta franja de votantes del PSOE, que ha alcanzado a ver el carácter fraudulento y derechista de la actual dirección del partido, puede reforzar la pretensión del sector del compañero Errejón de mantener la cara moderada de Podemos, con el argumento de que no hay que espantar a esta capa de exvotantes del PSOE. La realidad es justamente la contraria. Lo que ha despertado a esta capa del PSOE ha sido, precisamente, la radicalidad y contundencia de los planteamientos de Pedro Sánchez contra la derecha y a favor de un gobierno de izquierdas. A diferencia de lo que piensan los seguidores del compañero Íñigo en Podemos, ha sido justamente la defensa del ideario de “izquierdas” y el rechazo a la “derecha” lo que ha enardecido a este sector de votantes y simpatizantes del PSOE, que está en proceso de romper con éste. Por el contrario, han sido todas estas tonterías infantiles de la cantinela “ni izquierda-ni derecha”, que han caracterizado las posiciones de algunos compañeros de la dirección de Podemos en estos dos años, lo que ha suministrado munición “antipodemita” a la dirección del PSOE para mantener el apoyo de una parte de sus bases.
Un programa socialista
Hay que terminar con cierta mentalidad de “pequeño tendero” de tratar de adornar el frasco con el envoltorio aparentemente más sugerente para atraer al público, y preocuparse más por el contenido del frasco. Lo que se necesita no es preocuparse de si nuestras propuestas gustan o no a la clase dominante y a sus medios de comunicación; lo que supone ceder permanentemente a su chantaje y consolidar una imagen de organización “amorfa”, vacilante y oportunista. La tarea es explicar lo que hace falta para solucionar los problemas de la mayoría de la sociedad: cómo eliminar la precariedad del empleo y los bajos salarios, cómo tener una educación y sanidad públicas dignas, cómo garantizar el acceso a la vivienda, y terminar con el desempleo. Hay que explicar que solucionar todo esto es imposible mientras una minoría de potentados controlen con puño de hierro las palancas fundamentales de la economía. Hay que confiar en que con nuestra explicación paciente y la experiencia viva de las masas trabajadoras y de la pequeña burguesía empobrecida, aglutinaremos cada vez un apoyo mayor, estando descartado un auge económico global ante la actual crisis prolongada del capitalismo.
El compañero Alberto Garzón está avanzando en la línea correcta con sus últimas posiciones, proponiendo una orientación clara hacia la clase trabajadora –la clase decisiva y más numerosa de la sociedad– y defendiendo abiertamente la necesidad de avanzar hacia el socialismo, como también lo está planteando la nueva dirección izquierdista del Partido Laborista británico encabezada por Jeremy Corbyn.
Lo que hace falta es concretar programáticamente este discurso, elaborando una plataforma amplia que recoja las necesidades más inmediatas y sentidas, como el reparto del empleo con la reducción de la semana laboral a 35 horas, el aumento de los salarios, derogar las reformas laborales y terminar con la precariedad laboral, aumentar los impuestos a los ricos, o el no pago de la deuda pública usurera a los bancos y fondos financieros internacionales, entre otras. Para llevar todo esto a efecto se hace necesario nacionalizar la banca, las empresas del IBEX35 y los grandes latifundios, bajo el control de los trabajadores, y sin indemnización salvo a los pequeños accionistas y ahorradores. Eso debe vincularse también con la defensa de demandas democráticas, tales como el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades históricas y la derogación de toda la legislación represiva del PP.
Si defendiéramos este programa con valentía y convicción, eso haría avanzar la conciencia política de millones de trabajadores, jóvenes, desempleados, y pequeños propietarios y profesionales empobrecidos, galvanizando el apoyo social hacia Unidos Podemos. Esto pondría las bases para que podamos encabezar un proceso constituyente y socialista para superar este régimen y este sistema caducos.